viernes, 14 de febrero de 2014

DEBO CONFESAR QUE: Yo también tengo un amor inolvidable y un secreto inconfesable. Que en mi mente planeo conversaciones que nunca se van a llevar a cabo. Que odio pelearme por una estupidez con alguien que realmente me importa. Que detesto cuando me dicen " te extraño" y no hacen nada para verme. Que se me paró el corazón con el "¿te puedo hacer una pregunta?". Que tuve un nudo en la garganta cuando me enteré de algo y tuve que fingir que todo estaba bien. Que tuve un ataque de sinceridad y luego pensé: ¿¿para qué mierda lo dije?? Que odio irme temprano de un lugar y que después me digan “te perdiste lo mejor”!. Que me di cuenta que estoy esperando algo que nunca va a suceder. Que me encanta cuando una canción me hace recordar, como si estuviera viviendo ese momento inolvidable nuevamente. Que prefiero estar loca y ser feliz que ser normal y amargada. Que me gusta oír las mentiras cuando ya se la verdad. Pero ante todo debo confesar que lo vivido, lo volvería a hacer!!

domingo, 2 de febrero de 2014

¿Dominamos las redes sociales o son ellas las que nos dominan a nosotros?

Extracto del artículo publicado en el blog 'Yo, Community Manager'

Soy una firme defensora de las redes sociales. Creo que cumplen una labor informativa esencial en los tiempos que corren y, bien usadas, se han convertido en el germen de muchos movimientos sociales que merece la pena seguir alimentando. Eso sin contar la cantidad de salidas laborales que impulsan, entre otras cosas. Las redes sociales no solo nos conectan con personas. Nos enseñan cosas nuevas todos los días, nos hacen descubrir qué ocurre en el mundo y hacen que nuestro pensamiento crítico se mantenga despierto.

Sin embargo, ¿dominamos nosotros a las redes sociales o son ellas las que nos dominan a nosotros y dirigen el devenir de los acontecimientos a su antojo? ¿Puede una red social menoscabar la palabra de alguien hasta el punto de hacerla parecer lo que no es?

La ausencia de tonos, de contacto con la persona, la falta de interactuación, del tú a tú,  el cara a cara, lleva a menudo a malos entendidos en Internet.  ¿Quién no ha tenido algún encontronazo con alguien que no ha entendido bien un tweet o que se muestra indignado por nuestra opinión?

Estos ‘pequeños líos’ pueden ser fácilmente subsanables. Basta con un poco de voluntad y buen hacer por parte de las dos personas para matizar y llegar a un entendimiento en sus comentarios. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el malentendido es con la propia red social?

El hombre contra la máquina, ¿o era al revés?

Os cuento. Me ha ocurrido algo que siempre taché de bulo cuando se lo escuchaba a otras personas. Por alguna razón que se me escapa, mi cuenta de Twitter asegura que he dejado de seguir a algunas personas que nunca dejé de seguir, sigo a personas que creí que ya había dejado de seguir e, incluso, tengo en situación de bloqueo a personas que ni siquiera conozco y con las que juraría que nunca hablé.

Al principio pensé que alguien se había metido en mi cuenta. Deseché la idea en minutos. Seamos serios. ¿Quién iba a querer meterme en mi cuenta? No soy la protagonista de una película de espías.

La primera de las circunstancias, la de dejar de seguir, ha provocado lo habitual. Las personas a las que supuestamente había eliminado de mi red, han decidido también hacerlo (ahora entiendo la pérdida de seguidores en las últimas semanas). Varias me han advertido de lo ocurrido. Da igual cuántas veces haya insistido en que, de aparecer eliminadas, había sido algo involuntario. Twitter ha hablado y parece que nunca se equivoca. Amén.

Súmale eso de que una imagen vale más que mil palabras (Que conste que como periodista nunca he creído en esta afirmación a pies juntillas). Al lado de mi foto, se lee sin lugar a dudas que he dejado de seguir a estas personas en cuestión. Concretamente se muestra hasta el día en que dejé de hacerlo. Os podéis imaginar la cara que se me ha quedado al verlo. Más o menos como ésta para que os ilustréis. 


Ante tal prueba física e irrefutable, ¿qué tengo yo que decir? (modo ironía ON). Nada (más ironía). La red social ha ganado (reironía). Da igual cuál sea mi verdad. He dejado de ser seguidora. ¡¡Si es que suena hasta mal!!

La máquina ha ganado al hombre, en este caso a mí, a la mujer. Ponerle ahora música tremendista de fondo, sonido de platos rotos, gritos y lloros cinematográficos. El momento lo requiere. El botón no pone ‘Siguiendo’ y el análisis asegura que no sigo desde hace semana a esas personas pese a que en mi Time line he podido ver los tweets de algunas de ellas sin problemas.

La verdad es que la historia es bastante estúpida y no deja de ser algo demasiado trivial en los tiempos que corren -y tal y como discurre mi vida últimamente- como para darle vueltas. Os preguntaréis que qué mierda de post es éste pero la verdad es que da mucho que pensar cómo y hasta qué punto lo que leemos y nos dicen en y las redes sociales, consigue quitar valor a la palabra de una persona.

Al menos así es como lo he sentido yo cuando me he descubierto justificando algo que no había hecho, defendiéndome ante las afirmaciones de un programa informático. Lo sé, es una bobada, pero mira que me jode que pongan en tela de juicio mi palabra. Es que es mía, y ese término escasea últimamente. Que nadie me venga con el excusatio non petita… por favor.

Entre la risa por lo surrealista de la historia, y la mala leche que se me ha puesto y que va intrínseca a mi persona cuando algo me parece injusto y me enfada, no he podido evitar acordarme de esa historia que más de uno hemos vivido. Esa que ocurre cuando metes las monedas en una máquina de refrescos o tabaco, la máquina se traga las monedas, reclamas el importe al dueño del establecimiento y éste te mira con cara de: “Es mentira, me estás timando. La máquina no se queda nunca con el dinero. Eres tú que eres una aprovechada”.

Sé que la máquina se equivoca. Aunque también sé que es difícil de creer. Es lógico. Las máquinas están programadas para no equivocarse nunca. Los humanos todavía tenemos muchos defectos de fábrica.

Seguiré utilizando Twitter, no le guardo ningún rencor. ¡Pobre criatura! Con la de buenos ratos que nos da. Me parece una red social tan útil que continuaré cada día exprimiéndola al máximo pues me da más de lo que me quita. Me sigue pareciendo increíble poder hablar con gente en la otra parte del mundo, sentir que formo parte de alguno de los movimientos sociales más latentes y saberme partícipe de, en cierta manera, estar intentando cambiar el mundo ante de que éste nos cambie a nosotros. Ojalá las redes sociales tampoco nos cambien.