martes, 22 de julio de 2014

Cadenas

Hace unos días unos amigos me mostraban las imágenes del Wave-Gotik-Treffen, un festival anual de música y arte celebrado en Leipzig (Alemania) donde la mayoría de los participantes visten estética gótica. Entre algunas de las imágenes que me mostraron, aparecía una que a todos llamaba la atención. Ella llevaba un grueso collar negro en el cuello del que salía una cadena de eslabones de hierro. Él sostenía en su mano el otro lado de la cadena. La versión también existía a la inversa, es decir, él con la cadena puesta. Al parecer es una manera más de mostrar su amor, su compromiso. Otros, supuestamente normales llevan un anillo al dedo de manera permanente. Para gustos, colores.

La intención de este texto no es valorar ni mucho menos lo que me pueda parecer dicha estética, mentalidad o forma de vivir. En el respeto a los demás se basa la convivencia del ser humano, siempre y cuando los límites de uno no invadan los del resto. Vive y deja vivir. Respeto todo siempre que se me respete. ¿Quién marca la línea de lo que es lo normal? ¿Yo lo soy? ¿Tú lo eres?

Lo cierto es que cuando regresaba a mi casa me paré a pensar en que en realidad esas cadenas que en las imágenes se muestran físicas en el cuello de uno de los miembros de la pareja, en el día a día aunque de manera simbólica, también existen. Y quizá estas cadenas imaginarias son las que someten realmente.

No tengo que pensar mucho para caer en varias personas que se encuentran bajo los deseos que imperan en la vida de la persona con quien mantienen una relación. Sin darse cuenta, en muchas ocasiones, se ven amordazados con una cadena en la que, un simple y cariñoso tirón de la otra persona, hace que se sometan a sus pretensiones.

Es curioso como ese sutil empleo de la fuerza, a veces en forma de caricias alrededor del cuello que lentamente erosionan la piel, suele estar justificado por fuerte que sea el tirón en la cuerda en el amor que se profesa hacia el cónyuge 'sometido', en lo mucho que el que aprieta la soga quiere al que la padece. "Te quiero y puedo decir y hacer lo que me de la gana porque tengo derecho", "porque solo juntos podemos ser felices" y "nadie te va a querer jamás como yo lo hago", son algunas frases tipo de forma y fondo.

Poco a poco, el ser que lleva la cadena va agachando la cabeza, disminuyendo el campo de visión hasta un punto en que empieza a ver el mundo desde la altura o el enfoque que impregna el dueño de la situación, el que maneja la cadena. A pesar de ello, lo hacen "con gusto", dicen mientras se apartan la cadena que comienza a apretar para poder respirar. Incluso afirmando, mientras mueven el rabo, que ese es su deseo. Lo hacen porque quieren, pues "en realidad es el perro quien mueve al amo", añaden convencidos.

Paso a paso, los suaves y cariñosos tirones impiden ver más allá del campo de acción que al amo se le antoje. Éste decide cómo, cuándo y cuánto, incluso pidiendo consejo al portador de la cadena y escudándose en un "no sé si sabré hacerlo sin tu ayuda". Mientras, sigue tirando de la cuerda apartando en dicho acto a patadas, cuando cree que nadie ve, las chinas del camino.

Y siempre teniendo en cuenta que todo se hace bajo el profundo amor que dicho amo profesa a su pareja, un sentimiento alzado sobre y reforzado en todos los sacrificios que éste ha realizado para que fructificara esta 'igualitaria' relación de amor-posesión-autoridad, donde quien porta la cadena acaba estando convencido de que no puede aspirar a nada más. Ni mejor ni peor. Cree que no tiene derecho a aspirar a más. Quizá, en el fondo, eso sea cierto.

Finalmente, un día la cadena se suelta. El que la sostiene ya no tiene más que pedir ni que reclamar o, simplemente, la cadena se oxida y rompe por el paso del tiempo. En otras ocasiones, al portador se le ha quedado corta, larga o ya no le queda bien con la ropa que lleva. En algunos casos, la cadena se suelta porque hay un cuello en el que encaja mejor o porque el actual se ha quedado pequeño. También hay que tener en cuenta que se tienen dos manos y se pueden portar dos cadenas a la vez.

Sea como fuera, el que tira de la cadena es el que siempre continuará avanzando. El que la porta se queda mirándose en el espejo descubriendo lo sucedido. Porque las cadenas, aun ya sueltas, dejan marcas en el cuello.


P.D: Yo no he ladrado nunca.