martes, 31 de diciembre de 2013

En 2013 aprendí....

A poner a prueba mis límites
Y a vivir en situaciones límites.

Aprendí a cuidar y mimar mi profesión, todavía más si cabe.
Como si de un enfermo terminal se tratase.

Aprendí que cuando se cierra una puerta, es porque van a abrirse mil ventanas.
Y esas ventanas las abrí yo sola con mi propia llave.

Aprendí que valgo.
Que puedo seguir poniéndome retos.
Que sigo teniendo retos.

Aprendí una forma diferente de querer.
Lejos de la de las manos que caen.

Aprendí que la felicidad son solo momentos.
Que algunos de los míos están grabados en la retina de otros.

Aprendí a recuperar la ilusión.
A ilusionarme con recuperarme.

Aprendí a leer en braille.
Con mis dedos y tu piel.

Aprendí que soy cada año más ingenua.
Y que debo seguir madurando.

Aprendí que he perdido bondad.
Que cometo errores.
Que he hecho daño.

Aprendí a tener confianza ciega.
Aprendí a saber cuándo me mienten.

Aprendí que tener a mi gente es un regalo que lleva conmigo 31 años.
Aprendí que nunca sabré cómo devolverles tanto.

Aprendí a apostar.
Aprendí que la magia no aparece todos los días.
pero, a veces, no es suficiente.

Aprendí que no se puede luchar con fantasmas.
Pues corremos el riesgo de convertirnos en uno.

Aprendí que el dinero cambia a las personas.
Pero que no puede comprar mi lealtad.

Aprendí que los valores y principios no son vitales para todos.
No me incluyo en ese total.

Aprendí nociones diferentes de respeto.

Aprendí que sobran las palabras superfluas.
Y faltaron las importantes.
  

Al 2014 solo le pido una cosa: seguir aprendiendo.

martes, 10 de diciembre de 2013

La cuestión

El crepúsculo de tus sentidos está justo en la ventana de tus pensamientos. La cuestión es... ¿dónde?

El miedo es sano, al igual que el propio respeto. Cuando sientes estar completo por alguna situación, el miedo es el que te devuelve a un estado ingrávido, a un estado de alerta e inseguridad permanente que acentúa de forma extrema las sensaciones, y todo se convierte a una sola cuestión: “¿Estaré haciendo lo correcto?”.

En esta historia todo pasaba por la felicidad del otro, y eso es lo que lo hacía grande. Saber que tu bienestar es el mío, que reconocer las cosas te eleva por encima de todo, que amar no es gratuito y conlleva una serie de cosas que no siempre son agradables. Pero esas cosas son las que te hacen sentir completamente vivo.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Tu boca

Tu boca
que viene como de la selva.
Tu sangre
que corre por mis venas.
Un castigo,
la memoria de tus caderas.
El letargo
de tu cara en el espejo.
Tu luz
como un veneno de diseño
.
La manera de pensarte en tu ausencia.
Las razones para odiarte si me dejas.
Los motivos de una o dos huidas breves.
Damien Rice gritando "qué coño quieres".

Un amor que lo es
porque nunca va a ser,
porque ya fue todo
como ya fue todo.

El desconsuelo de no creer y no querer creer.
La libertad de equivocarse uno mismo.
Un andén cosido a navajazos en tu prosa,
esa noche en blanco y negro, bossa.

Como tu piel.
Y mi piel.
En blanco y negro.

Tu ausencia
la que alivia y espina.
Tu espalda
que acabó en muerte súbita.
Un plato del revés contigo dentro.

Te regalo el hueco de mi abrazo.
Tu amor 
trabajando en las esquinas,
la espera de tu tren con retraso.

Siempre amé
esta vida hecha pedazos.

Un amor.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Futuro presente

No soy mujer de futuros lejanos. No me planteo dónde me veré dentro de diez años. He dejado de pensar incluso en qué será de mí de aquí a un mes. Asimilo y digiero el presente a mi manera. Pienso en hoy. Y hoy tengo claro que todos debemos aprender a pedir perdón. 

Sobre todo, a nosotros mismos.


lunes, 28 de octubre de 2013

Fría

Las palabras resonaron al otro lado del teléfono y un ruido de cristales rotos enmudeció la estancia a este otro. Era la explicación para poder entender el porqué de tantas cosas, de tantas elecciones, de tantas razones inconexas. Todo encajó como un puzzle, un puzzle sin sentido pero por fin resuelto.

Hay cosas con las que nunca podré competir. Ni quiero hacerlo. Lo frío  nunca ha ido conmigo. Ojalá me convirtiera en adalid de este término, en escudero de las cosas que se hacen con cabeza. Pero yo pienso con el hígado, hago lo que me sale de las tripas. Soy así. No sé hacer las cosas sin demostrar si me duelen o si no, si siento o no. Y me equivoco. Muy a menudo. Pero esa equivocación es, si es posible, menos dolorosa cuando uno sabe que actuó desde su raíz.

No obstante, una cosa no es excluyente de la otra y sí tengo cabeza. Quizá no para medir las consecuencias de mis actos pero sí para saber las causas de los mismos y los estragos que puedan ocasionar. Por eso sufro, y siento, y me considero peor persona de lo que dice la gente que soy.  Y me miro y no me reconozco, y me trago mis propias palabras para digerir un yo que no me gusta tanto e intentar escupirlo cada mañana a modo de purga.

Hay cosas con las que no puedo competir. No quiero competir. Aunque sabría cómo hacerlo. Sería tan sencillo como dejar de ser yo e imitar los comportamientos que estoy cansada de ver a mi alrededor. Bastaría callar las cosas que me duelen, dejar correr los comentarios incisivos, dejar, simplemente,  de querer.

Sería suficiente con calcular al detalle cada uno de mis movimientos para conseguir cualquier reacción que quiera. Se llama manipulación y a mi edad es obligatorio saber usarla, aunque la madurez también te otorga la virtud de decidir cuándo hacerlo.


Por su frialdad. Por su cabeza. Eso fue lo que sonó al otro lado del teléfono.... Y mis tripas volvieron a colocarse sobre cualquiera de mis órganos vitales. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

El olor



Puede parecer que es el más olvidado, del que creemos que podemos prescindir. Sin embargo, no hay nada mejor que unas buenas narices para percibir la realidad de manera más clara. De los cinco sentidos, el olfato es el que más recuerdos evoca. Está comprobado que es el que genera más memoria. Ni la más bella de las canciones, ni la imagen más hermosa puede competir con las sensaciones que nos provoca un olor.

¿Quién no ha estado a cientos de kilómetros de casa y ha identificado el olor de las sábanas de casa en la ropa de cama de un hotel o en el jersey que alguien te ha prestado? Inmediatamente tu mente genera infinidad de recuerdos alrededor de ese olor. Una suave ráfaga de aire es suficiente para que cualquier persona sienta y comience a recordar experiencias pasadas, sin ni siquiera ser consciente de ello. Como una especie de publicidad subliminal que nos embarga generando sentimientos y recuerdos por doquier.

Una vez alguien me dijo que reconocería mi olor en cualquier parte, en cualquier prenda, pasaran los años que pasaran y hubiera el espacio que hubiera entre ambos. La verdad es que entonces no llegué a comprender lo importantes que habían sido esas palabras para quien las pronunció. Ahora sí. El olor se ha convertido en algo vital en mi vida y las sensaciones que me evoca supongo que son las que me hacen dar sentido a muchas de las cosas que me pasan., a entender mejor el mundo que me rodea y a generar, olor a olor, el archipiélago de sinceridad en el que quiero vivir.

De manera inconsciente, mi nariz busca la fragancia de las personas. He aprendido a entender que no siempre existe. Hay gente sin olor o simplemente su fragancia está vetada para nuestras pituitarias. Sin embargo, de encontrarla, de saber olerla, ese olor puede ser la mayor cadena que te ate a una persona. Me sigue pareciendo increíble como el viento trae a veces esencias conocidas y te hace sentir a sus dueños tan cerca, como si te acariciaran para que sepas que están ahí siempre contigo.

Esta mañana, ayudando a mi padre a guardar parte de sus trajes, me he sorprendido con los ojos cerrados abrazada a una de sus chaquetas. Su olor, ese que reconocería en cualquier parte, es sin duda uno de las fragancias más especiales de mi mundo. Imposible de explicar sus matices pero que si pudiera metería en frascos para impregnar el mundo que él todavía no ha visto con su esencia. Es el olor que se ha convertido en mi casa.

Lo bonito de este mundo, lo más especial de ese sentido olvidado, es que fuera de casa, lejos de papá, también te permite encontrar otros olores que se quedan impregnados en tu piel. Lo hacen sin remedio y sin que apenas te des cuenta. Se camuflan entre tu esencia y un día te sorprendes inspirando fuerte para evocar su presencia. Es el olor de las personas que te hacen sentir como en casa… aunque no estés en casa.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Consejo de sabias: funciones



Se podría decir que 2013 no está siendo el mejor de los años. No lo digo en plan pesimista, todo lo contrario. Prefiero decir que no es el mejor de los años antes que contar que está siendo el peor en mucho tiempo. Y lo digo de verdad, porque lo que estoy aprendiendo durante los últimos meses son ese tipo de cosas que te hacen entender un poco mejor este mundo, a saber comprender o lidiar con el ser humano de una manera más efectiva o conocer un poco más cómo se gana a un juego del que a veces tengo la impresión que aprenderé a jugar como un profesional el día que no me queden fichas.

2013 está siendo el año en el que mejor me estoy conociendo. O mejor dicho, el año que mejor estoy conviviendo conmigo siendo consciente de cómo soy, asumiendo y actuando en consecuencia con ello. Dejando de lado esa pésima costumbre de hacer las cosas para no herir, enfadar o dejar de complacer al resto. Tener fe y confianza ciega es un lujo que algunos ya no nos podemos permitir.

El otro día tuve sesión del consejo de sabias. Así es como tres de mis mejores apoyos y yo hemos bautizado a las reuniones de amigas que tenemos cada ciertos meses (en los que Melilla se acerca un poco más a Madrid). Son una especie de divertida terapia de grupo donde el resto te tira de los pelos para arrastrarte fuera de tu círculo de estabilidad y que veas las cosas con perspectiva (o desde otro ángulo) para ser así más consciente de tu realidad.

En mi afán por seguir aprendiendo y conociéndome más, la lección del último consejo fue clara: las personas entran en tu vida con una función. Cuando la cumplen, salen de ella. Hay funciones que duran toda una vida y otras que solo unos meses. Algunas, apenas días. Es la explicación que una de las sabias daba al hecho de que gente que una vez fue imprescindible en tu vida, de repente, sale de ella.

Inevitablemente cuando me volvía a casa me puse a pensar en las funciones de las personas importantes en mi vida y en las funciones que tuvieron aquellos que un día dejaron de estar. Me di cuenta que la reflexión de aquella mujer sabia era cierta. Yo soy lo que soy, para bien y mal, por la influencia de esas funciones.

Y no puede evitar pensar en cuál ha sido tu función en mi vida. Inevitable también es entender cuál ha sido mi rol en la tuya ahora que me gustaría saber cómo se rellenan los relojes de arena para que los granos no dejen de caer nunca.

Llegué a casa y me puse el reloj de pulsera. Tengo claras ambas funciones, y he tardado mucho menos tiempo en responder a una de ellas. Lo curioso es que es en la que menos me lo esperaba.

lunes, 26 de agosto de 2013

Sin título

Yo nunca te dije que no
y a ti siempre te faltó un sí en los labios.
El quizá no entraba en tu vocabulario
Y el tal vez comenzó a esfumarse del mío.

Aún así, yo que en principio no tenía nada que ofrecer,
sacudí  el mundo para que entrara aire fresco.
Pero en el tuyo, no había espacio para mi nada.

Así que barrí las migas del pudo haber sido
deshice los vínculos que nunca existieron
mientras las escaleras a ‘casa’,
aquellas con un reflejo al fondo,
perdieron los cimientos,

se desvanecieron sus escalones.

viernes, 26 de julio de 2013

Basilio



Basilio tiene 21 años. El miércoles conoció a Lucía, de once. Estaba entre el amasijo de hierro del tren Alvia que se accidentó en Galicia. Él, vecino de Angrois. Ella, procedente de Madrid. Posiblemente nunca se hubieran cruzado en esta vida. No tenían nada en común.

El jueves Basilio pedía la ayuda de los medios de comunicación desplazados a la zona para encontrar a la menor que había rescatado en las vías. Fue solo una más de las decenas de personas que este joven gallego ayudó a salvar el miércoles. No lo dudó ni un segundo y corrió más de un kilómetro al enterarse de lo ocurrido para echarse a las vías y, jugándose la vida, salvar la de desconocidos.

Esta mañana, en un programa de televisión, los periodistas aplaudían a este héroe anónimo y alababan su valentía. “No quiero que me llamen valiente”, decía con lágrimas en los ojos asegurando sentirse mal porque le den la enhorabuena por algo que “haría mil veces y todos hubiéramos hecho”.

Todos quizá no Basilio. La palabra valiente es un apellido que no todos pueden llevar. Sin embargo, tu actitud nos reconcilia a más de uno con el ser humano después de que en esta sociedad el olor a podrido lo inunde todo. Acostumbrados a convivir con seres capaces de pisar la cabeza de su madre con tal de prosperar y seguir escalando, con individuos que venden su dignidad, su palabra y su honor por un fajo de billetes, aun parece que queda la esperanza de que existe gente que merece la pena en este mundo.

Y, en medio de la grandeza del ser humano representado en un joven, uno hace ejercicio de introspección y se da cuenta de lo gilipollas que puede llegar a ser una y otra vez. Yo misma en las últimas semanas, aunque a veces creo que esto amenaza con convertirse en un estado permanente de imbecilidad que me va a costar más de un disgusto. Me he dado cuenta del daño que me he hecho yo sola, de lo poco que he sabido valorar las cosas y la gente que tengo o la excesiva importancia que le he dado a cosas que no la tienen. Me he percatado de que mientras me miraba el ombligo he descuidado lo que no debía y además no he sabido ponerme en la piel de otras personas. ¿Me habría tirado a las vías para salvar a la gente? Quizá las dudas de una posible cobardía emocional den la respuesta.  

Basilio, creí que había perdido la confianza en todo. “Confiar no sirve de nada en esta vida” he repetido demasiadas veces estos días. Quizá me he confundido y merece la pena confiar en algunas personas. También en uno mismo para saber que va a seguir luchando por las cosas que le importan aunque parezca que ya es el único en hacerlo. Dar lo poco que se tiene es suficiente, si se da de verdad. La clave está en dejar de dudar. A veces puede ‘salvar’ una vida, y no solo de las vías del tren.

lunes, 22 de julio de 2013

Mudos puntos de inflexión

Frases péndulo: dícese de aquellas que hacen que la realidad se menee y oscile hacia otra dirección. Suponen el fin de una era de quietud y el consecuente comienzo de otra en movimiento. Se traducen en un cambio, un punto de inflexión, el inicio de un camino, quizá para volver al mismo punto pero, durante un período de tiempo, un camino diferente.

Todos sabemos de qué estamos hablando. Identificamos esas frases en cuando las oímos. Algo dentro nos dice: “A partir de ahora ya nada será igual”. Incluso cuando el que la menciona no es consciente de su trascendencia, el resorte que hace saltar en su contertulio hace que la realidad cambie en ese preciso instante. Es lo que llaman la fuerza de las palabras.

La ausencia de ellas también genera cosas. Este fin de semana un amigo se preguntaba en su estado de Facebook  dónde van las palabras que no se dicen. El aluvión de respuestas no se hizo esperar.

A manifestarse con ciertas molestias en el cuerpo. Fue una de las primeras explicaciones. Está claro que cuando las cosas no se dicen, se hacen bola y, en ocasiones, acaban generando malestar físico: quitan el apetito, generan nerviosismo, dolores de cabeza…

Al país de lo que pudo haber sido. Supongo que aunque muy alegórica y poética es una de las respuestas más cargadas de verdad. Uno no consigue normalmente lo que quiere si no abre la boca y lo pide. ¿Cómo era eso? Quien no llora, no mama. Si no mostramos nuestras inquietudes, nuestros deseos o lo que queramos mostrar es complicado a veces que la otra persona lo sepa y que se materialice. En este mundo los adivinos no existen. Si así fuera, seríamos todos ricos.

A estados misteriosos en Facebook. Esta respuesta se puede enlazar con la anterior. Y es que hay quien usa las redes sociales como arma arrojadiza para decir lo que no se atreve a decir, para lanzar ese reproche que no tiene narices a formular a la cara o simplemente para hacer encender las luces de emergencia y que otra persona se dé cuenta de cuán jodidos, felices o tristes estamos, por poner varios ejemplos.

Al arrepentimiento. A cangrenarnos por dentro. Directamente a nuestras cabezas, a dar vueltas. Fueron las respuestas que completaron la terna de explicaciones a tan espinosa pregunta. Aunque de un tiempo a esta parte cada vez que uso el término “el arrepentimiento” directamente mi subconsciente  completa la frase con un “no existe”, lo cierto es que dicen por ahí que hay que arrepentirse solo de las cosas que se quedaron en el tintero, nunca de las hechas. Todos sabemos que silenciar las cosas también nos puede generar ese ‘run run’ mental tan molesto.

Y ahí es cuando enlazamos con la primera parte del texto. A veces lo que se dice y lo que no acaba suponiendo lo mismo: puntos de inflexión. Entonces, el péndulo comienza a oscilar, imitando al sonido del tic tac del reloj.

P.D.: Pedro, no vuelvas a preguntar nada que luego me da por ponerme reflexiva. Ahí tienes algunos argumentos por si lo del libro sigue en pie :)

sábado, 13 de julio de 2013

Por qué a mí me cuesta tanto

Siempre dudo si al final

mi vida es sólo una espiral

que se empieza a terminar cuando acaba de empezar.

Y me cuesta confesar que he renunciado a renunciar,

y si cabe una vez más

aún me debo preguntar.


Por qué a mí me cuesta tanto

decirle que no al placer

pensar como todo el mundo

y saber cuándo volver.

Por qué me resulta extraño decirle a la noche adiós

si sé que me hace daño olvidarme del reloj.


Y aunque es duro de aceptar

ya no me pienso resignar.

Sé que tengo que luchar

y no volverme a preguntar.


Por qué a mí me cuesta tanto

decirle que no al placer

pensar como todo el mundo

y saber cuándo volver.

Por qué me resulta extraño decirle a la noche adiós

si sé que me hace daño olvidarme del reloj.

sábado, 6 de julio de 2013

Oportunidades



¿Cuál es la materia de la que están hechos nuestros éxitos? ¿Esfuerzo? ¿Constancia? ¿Suerte? ¿Seguridad en uno mismo? Está claro que todas y cada una de estas cosas son importantes a la hora de conseguir nuestras metas o, al menos, así reza el Catálogo de buenas conductas de lo política y socialmente correcto. Sin embargo, el germen de todo ello cuál es. Cuál es ese ingrediente vital para que la máquina comience a funcionar. Una oportunidad.

Uno no podría ser bueno en su trabajo si alguien no le hubiera dado la oportunidad de comenzar a trabajar. Un presidente del Gobierno no lo sería sin la confianza de su partido en primer término, ni del electorado en segundo. Una madre no sería buena madre si no hubiera tenido la oportunidad de serlo. Uno no puede demostrar su valía personal, emocional, su interior, lo que lleva dentro, -al menos de manera plena y sin los corsés del miedo y el “y si…”- sin que alguien previamente le haya dado una oportunidad de hacerlo(*). Ironía social que nos vuelve a demostrar que dependemos del prójimo hasta para ser más completos y conseguir nuestras metas en el aspecto que sea.

En nuestro éxito, tiene un papel esencial que alguien haya apostado por nosotros, nos haya dado esa oportunidad, haya confiado en nuestras cualidades para permitirnos que nos quitemos la coraza e intentemos cual tenor dar el do de pecho.

Apostar. Eso es lo que todos deseamos que hagan por nosotros. Ser la casilla donde alguien apueste sus fichas y que el devenir, el esfuerzo y el buen hacer posterior dicten si mereció la pena la apuesta. Todos buscamos ser lo suficientemente buenos para ser dignos de aprobación ajena, aunque vayamos de independientes y autosuficientes. Lo cierto es que todo depende de los demás en un primer término. Es como la llave de contacto de un coche justo antes de arrancar, como la gasolina que hace que sea posible que un vehículo avance. La chispa para que todo arda.

Quizá ahí está la clave para entender por qué, en ocasiones, no conseguimos algunas de nuestras metas, -previo ejercicio de autocrítica de nuestros errores, que siempre los hay-. Muchas veces si no conseguimos lo que ansiamos es porque no ha habido una oportunidad que te lo haya permitido. Porque, por mucho que a veces la busques, es el único ingrediente del éxito que no depende de ti. 


(*) Recordemos la realidad de que todo el mundo lleva la mochila cargada de experiencias (buenas y malas) y que a veces dar una oportunidad es casi más difícil que conseguirla.

viernes, 5 de julio de 2013

Verdades

-¿Tan importante es la verdad?
-¿La tuya o la del resto?
-La verdad absoluta no existe.
-Entonces, si es así, no debe ser tan importante ¿no?

jueves, 4 de julio de 2013

Yo ofrezco

Hay días en los que no salen las palabras. Y, aunque tienes mucho que decir, verbalizar se hace pesado, tedioso, agotador. Yo solo intento regirme por lo que me dicta mi esencia, esa que mi padre me enseñó a crear a gotas de realidad, jirones de momentos y cucharadas de experiencia. Y así seguirá siendo. Pase lo que pase, pese a quien pese. Porque a veces eso es lo más complicado pero, también, lo único que verdaderamente vale la pena para conciliar el sueño por las noches. Dar lo poco que se pueda, pero ofrecerlo de verdad, sin remilgos, sin trabas, sin peros ni porqués. 

Como lo hace Borges. Sublime, como siempre. El resto solo nos limitamos a intentar copiar la grandeza de los tocados por el don de la escritura, en un vago ejercicio por no llegarle ni a la suela del zapato ni en la esencia ni en las formas.

Yo solo ofrezco mi alma en cueros, con el vello erizado con cada verso.


Te ofrezco esbeltas calles, puestas de sol desesperadas,
la luna de suburbios mal cortados.
Te ofrezco la amargura de un hombre
que ha mirado largamente la luna solitaria.
Te ofrezco mis ancestros, mis muertos,
los fantasmas que los vivos han honrado con bronce:
al padre de mi padre que murió en la frontera
de Buenos Aires con dos balas
que atravesaron sus pulmones, barbado y muerto,
a quien amortajaron sus soldados con una piel de vaca;
a ese bisabuelo, de la línea materna,
que comandó, con veinticuatro años,
una ofensiva de trescientos hombres en el Perú,
ahora sólo fantasmas sobre monturas desleídas.
Te ofrezco, sea cual fuere,
la sapiencia que contengan mis libros,
y la hombría y el humor que contenga mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que jamás ha sido leal.
Te ofrezco el núcleo duro de mí mismo
que he guardado, de algún modo;
el corazón central que no comercia con palabras,
no trafica con sueños,
y no tocan el tiempo ni el placer ni las adversidades.
Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla
vista al atardecer algunos años antes de que nacieras.
Te ofrezco explicaciones de vos misma,
teorías de vos misma,
auténticas y sorprendentes noticias de vos misma.
Te puedo dar mi soledad,
mi oscuridad, el hambre de mi corazón;
intento sobornarte con incertidumbre,
con peligro, con derrota.

viernes, 21 de junio de 2013

Cuestión de sangre



Como muchos españoles esta semana sigo de cerca el juicio a José Bretón, ese padre cordobés acusado de haber asesinado a sus dos hijos de corta edad y haber quemado sus cuerpos en una hoguera para eliminar cualquier rastro de su presunta mente perturbada.

No voy a entrar a juzgar si él es una persona culpable o inocente, si está cuerdo, loco o qué opinión me merece la mirada desafiante que ha utilizado para intimidar a los testigos. Mi reflexión hoy no va por ahí. Esta semana, mientras veía la televisión y recordaba esos días de periodista en los juzgados que tanto añoro, la humanidad o la conciencia me ha golpeado al ver a los padres del acusado. Un hombre de avanzada edad ayudado con un bastón y unas gafas donde se podían leer sus altas dioptrías contestaba con un no rotundo a la pregunta del juez de si iba a declarar en la sala en la que se juzgaba a su hijo. Lo mismo hacían la madre de Bretón y los hermanos.

En el plató de televisión de una periodista de renombre que, en ocasiones, da la sensación de que lleva la lección poco aprendida y se limita a vomitar las frases contundentes que otros profesionales de la profesión han vertido en sus crónicas anteriormente, las críticas ante la actitud de este padre comenzaban a resonar. “¿Cómo puede convertirse en cómplice del asesinato de sus nietos? Ser padre o madre no justifica encubrir unos hechos así”, decía un antiguo presentador de telediarios, ahora escritor y co presentador con elevado caché.

Y yo me pregunto, ¿qué hubieras hecho tú? Pongámonos en el hipotético caso de que uno de nuestros familiares comete una atrocidad o dicen que la ha cometido. No hace falta que nos vayamos a casos tan extremos como el de José Bretón que parece que ha acabado con premeditación y alevosía con sus pequeños. Pensemos en que uno de nuestros familiares atropelle a alguien y se dé a la fuga preso del nerviosismo. O que, por una enfermedad mental que no ha dado la cara, asesina a alguien en un arrebato o brote psicótico. ¿Qué es lo correcto en ese momento? ¿Actuar de acuerdo a la ley y contar tu verdad o tapar y ocultar las pruebas para evitar que tu ser querido vaya a prisión mientras dice una y otra vez que él no ha hecho nada? ¿Qué nos hace mejor personas? ¿Cuidar nuestra sangre y defender a los nuestros? ¿Ser fieles al código civil?

No sé si José Bretón será un asesino. Y, si es así, ojala se pudra en la cárcel a falta en este país de un castigo mayor y quizá más justo.  Lo que sí sé es que me parece una atrocidad el trato que está recibiendo esa pareja de ancianos a los que la sociedad está juzgando por unos hechos que, en un principio, no está demostrado que supieran ni que pudieran haber evitado y, ni mucho menos, se ha demostrado aún que hayan participado de tan cruel presunto asesinato. Sin embargo, la fachada de su casa amanece a diario con pintadas de ‘asesinos’. ¿La madre de un terrorista es culpable de los asesinatos que comete su hijo? ¿Aprieta el gatillo de la pistola que porta su vástago? No. De la misma manera que no es culpable de querer a su hijo pese al demonio que lleve dentro.

Para los que todavía crean que me he vuelto loca y que esta entrada no tiene sentido, para aquellos que tengan claro que actuarían conforme a lo políticamente correcto y de acuerdo a la ley testificarían contra su sangre y no harían nada para evitar un castigo al ser querido, les recomiendo una lectura que quizá les haga plantearse su buen fondo.

El año pasado, Carles Porta publicó el libro Fago. Si te dicen que tu hermano en un asesino. En éste, nos da una visión nueva del crimen de Fago. No habla de las pruebas ni de lo que hemos visto en televisión y los periódicos. Este libro es, por encima de todo, la historia de una mujer, Marina Mainar, que decide querer a su hermano y defender su inocencia contra todo y contra todos, incluso contra él mismo.

Al margen de la inocencia o culpabilidad del ya declarado asesino del alcalde de Fago, este periodista pone el dedo en la yaga de cómo el sistema y la sociedad -policías, jueces, abogados, periodistas y vecinos- actuaron como rodillo, como una  “apisonadora que aplastó a la familia Mainar desde el primer instante”, dice el autor.

Ahí queda mi recomendación. Quizá después se replantee la respuesta a la pregunta que le hice antes.

sábado, 15 de junio de 2013

Ver, oír y ¿callar?

Ernest Hemingway : "Se necesitan dos años para aprender a hablar 
y sesenta para aprender a callar"


Es curioso cómo solemos guardar silencio cuando más tenemos que decir y más deberíamos hablar. Las ideas claras, el objetivo definido pero, cuando llega el momento de mostrar nuestra opinión, necesidad, requerimiento o deseo alto y claro, las palabras se esfuman.

¿Miedo? ¿Incapacidad? ¿Bloqueo? Sinceramente creo que tiene más que ver con agudizar los sentidos. Exentos de la capacidad de hablar, pones a funcionar a la enésima potencia todo tu ser. Yo que no callo nunca, suelo enmudecer y me vuelvo más observadora, una capacidad que estoy desarrollando mucho más de lo que creía. Y utilizando la vista y el oído como traductores de realidades, encuentras las respuestas en la comunicación verbal y no verbal de tu interlocutor.

Miradas esquivas o directas, falta o exceso de gesticulación, ausencia de contacto o contacto forzado, explicaciones carentes de sentido, frases contradictorias, justificaciones innecesarias, palabras por inercia.... Pequeños detalles que te ofrecen todas las respuestas que pretendías encontrar con preguntas y que te desmontan cualquier opinión, necesidad, requerimiento o deseo que ibas a manifestar. Porque, quizá, ya no tenga sentido hacerlo.

Por ello callas. Solo observas y escuchas… en el amplio sentido de la palabra.

jueves, 6 de junio de 2013

Carmona, El teledirigido... o no

¿Cómo era eso? Una imagen vale más que mil palabras. ¿Y eso de ‘donde dije digo, digo diego’? Hoy toca darle caña al refranero popular de la mano del diputado socialista Antonio Miguel Carmona, ahora también conocido en las redes sociales como ‘el teledirigido’.

Todos sabemos que cuando en las tertulias televisivas se habla de temas de actualidad y, entre los contertulios hay políticos, su discurso se basa en el del partido. Es lógico, normal y lícito. Aunque la verdad es que uno va echando de menos ya de manera alarmante un poco de personalidad, de crítica constructiva incluso a los del propio lado, pese a lo que esto pueda suponer. El mal endémico de la casta política, supongo. Y de otras castas también.

Ayer salía a la luz un video del señor Carmona en el que abiertamente – y pensando que no estaba siendo grabado- aseguraba que acudía a debates en los que tenía que tratar temas de los que apenas sabía y para los que era aleccionado o teledirigido –fue el término que él usó- vía whatsapp tanto por el presidente de la Junta como el vicesecretario general del PSOE andaluz, Mario Jiménez.

"Estuve en un debate sobre los ERE de Andalucía en Tele5. Y sin que nadie me grabe, yo puedo decir ahora que estaba teledirigido por Griñán y Jiménez. Todo el rato me enviaban mensajes de whatsapp", cuenta Carmona, pensando que esas palabras no iban a salir de esa reunión.

Por un momento pensé que era cierto eso de que los políticos son capaces de reconocer la realidad de su día a día, que no deja de ser la de un empleado que defiende los intereses de su empresa por la cuenta que le trae, pese a que posiblemente no le convenza mucho los argumentos que está usando. Como de costumbre, me he equivocado. Las declaraciones han caído como una cerilla en el pajar de las redes sociales y el aluvión de críticas no se ha hecho esperar. En lugar de mantenerse en sus palabras y, como viene siendo habitual en estos casos, Carmona se desdice. Y es entonces cuando el refranero viene rápido y veloz para enturbiar mi idea de la honestidad y lo que entiendo por ser consecuente.

Griñán reniega del uso de las nuevas tecnologías con su colega de Madrid; Carmona dice que cuando quería decir teledirigido era en realidad informado el término que quería utilizar y que sus declaraciones han sido “descontextualizadas”. También niega cualquier tipo de comunicación con su colega andaluz al respecto. “Nunca lo hice con Griñán”, asegura.

Y de ser cierto, ¿qué habría de malo? ¿Por qué cambiar el discurso o matizar las palabras? ¿Acaso no es correcto para la imagen pública de este señor lo que realmente piensa? Entonces, de ser así, ¿qué leches hace donde está si ni él mismo es capaz de mantener sus propios argumentos cuando se enciende el piloto rojo de la cámara?

Además, en sus declaraciones cuando pensó no estar siendo grabado, Antonio Miguel Carmona destaca la importancia de aparecer en televisión frente a las noticias de los periódicos (me parece que le ha salido el tiro por la culata esta vez y está saliendo por tierra, mar y aire). En su opinión, "en la tele te ven siete millones de personas, mientras que una noticia de periódico la leen 133 personas". Por todo ello, asegura a los militantes que "quien tenga miedo a comunicarse con los ciudadanos, que se dedique a corte y confección".

Como diría Ana Pastor en su nuevo programa El objetivo aquí están los hechos, las declaraciones, el antes y el después, “Nosotros ofrecemos los datos y el espectador es quien saca las conclusiones”, dice la periodista. Usted saqué las suyas. Yo tengo las mías. Y a Carmona voy a mandarle un vale del Groupon para una tricotosa nueva.

Sin título

Insistiendo en que mi mejor yo se quede escondido.
Ninguneando mi capacidad de ver las cosas desde otra perspectiva.
Sesgando a ratos el brillo que tenía al mirarme al espejo.
Empañando mis dotes de seducción.
Guardando en un armario las indestructibles ganas.
Urdiendo multiplicar por cien mis miedos.
Recordándome a cada minuto que estoy fallando a la gente pero, sobre todo, a mí.
Igualándome a quien siempre critiqué.
Dándole al botón de accionar la montaña rusa.
Apagando la luz de manera intermitente.
Dentro de poco, o quizá algo más, acabaré contigo.

Firmado:
Y es que ya va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre…
O de ponerse del lado de los que ganan.

viernes, 24 de mayo de 2013

Ataque de manual, respuesta de libro



Siempre he dicho que el ser humano es un animal de costumbres y éstas, pese a que nos empeñemos, son muy complicadas de cambiar, máxime a determinadas edades.

Todos reaccionamos ante determinadas situaciones de la misma manera. No quiero decir que lo hagamos a semejanza de nuestros mortales, sino que lo hacemos repitiendo un patrón. Ese patrón puede venir dado bien por las experiencias propias bien por la educación que se nos ha dado.

Por ejemplo, si eres alérgico a los perros. Sabes que te han dicho que tocarlos te provocará salpullidos y picor. De hecho, probablemente, desafiando a lo advertido por los médicos, has decidido pensar en ser superhéroe por un día y has acariciado a la mascota de algún amigo con la consiguiente reacción. Un picor y una asfixia cuyo mero recuerdo nos advierte de que no podemos repetir dicho gesto. Acción, reacción. Haces algo, ocurre algo.

Sin embargo, es curioso como, en cuanto a las relaciones personales, somos muchos más kamicaces. Pese a que sabemos que algo no nos viene bien, o así reza el prospecto donde la sociedad te alerta, nos empeñamos en continuar dando espacio en nuestro mundo, una y otra vez, a personas que, está claro, han dejado de merecer la pena.

Es aquí cuando llega el ataque-respuesta. Ataque de manual, respuesta de libro. Si me jodes, te jodo. Y, aviso para navegantes: de buenas soy la más buena. De malas, la más lista. Un tópico, sí, pero es lo que tiene ser un animal de costumbres. A perra no me gana nadie.

jueves, 16 de mayo de 2013

El cura de Churra enseña la chorra. Se armó el belén

El párroco de Churra enseñó y se tocó la chorra. Además, jugó y babeó la del prójimo. La Iglesia Católica vuelve a demostrar que sus empleados son un churro. Todo presuntamente, claro.

Quizá se pudiera resumir así la rocambolesca historia del padre Francisco Javier Ruiz. Y es que el párroco de esta pedanía de Murcia, muy a su pesar, ya no se elevará a los altares junto a Jesucristo, sino que la elevación de su miembro viril a lo único que le ha encumbrado es a lo más alto de la red social Twitter. Supongo que el hecho de que su vídeo practicando sexo oral con un joven se haya convertido en trending topic no es lo que él entendía por llegar a lo más alto… o sí, si su partenaire se esmeró bastante con los trabajos orales y le abrió las puertas del cielo.

Al margen de la sorna, con todo mi respeto hacia los católicos y teniendo en cuenta que cabe la posibilidad de que una imagen no valga más que mil palabras y todo sea falso como dice el cura, lo cierto es que los representantes de Dios en la tierra no se esmeran mucho en aquello de predicar con el ejemplo. Tal y como recogen los medios de comunicación murcianos, los vecinos de Churra aseguran que Francisco Javier era muy estricto con determinadas conductas. Consideraba pecadores a los que tenían pareja pero no vivían casados, se negó al parecer a dar la confirmación a una joven que defendió a un amigo gay e, incluso, no quiso dar a una niña la comunión al estar sus padres separados. Entendía que eso no era de ser buen cristiano. Claro, la nena no puede recibir la hostia, sagrada entiéndanme, pero los hombres de Dios puede vivir de la hostia a costa de una institución de la cual algunos no predican mientras los bajos se los lava entre matorrales una persona de su mismo sexo. Será por ahorrar agua y energía, como las duchas frías de Cañete.

Escasa coherencia, bajeza, maldad y un sinfín de calificativos más es lo que se me viene a la cabeza al recordar también a otro que dice ser siervo del Señor, otra muestra más de la hipocresía con la cual la jerarquía católica sigue manejando realidades como la homosexualidad. Keith O´Brien, cardenal escocés llamado a formar parte del cónclave que eligió al Papa Francisco I (finalmente no acudió), se convirtió con sus afirmaciones en azote de la comunidad homosexual.

En agosto pasado, poco después del anuncio del Gobierno escocés de que impulsaría una ley de matrimonio homosexual, O´Brien redactó una carta que fue leída en todas las parroquias católicas de Escocia. “La enseñanza de la iglesia sobre el matrimonio es inequívoca, es únicamente la unión de un hombre y una mujer, y está mal que los gobiernos, los políticos o los parlamentos traten de alterar o destruir esta realidad”, rezaba la misma.

Anteriormente, la mera posibilidad de que saliera adelante el proyecto político de que dos personas del mismo sexo se casaran, había sido calificado por este individuo como “locura” y “subversión grotesca de un derecho humano aceptado universalmente”. Se está intentando “reescribir la naturaleza”, aseveró.

Pues bien. Hace pocas semanas la Santa Sede hacía público en un breve comunicado la “conducta sexual inapropiada” por parte de O´Brien hacia otros jóvenes sacerdotes. Dichos clérigos ya han comenzado una “renovación espiritual, oración y penitencia” por sus actos.

Ante tales afirmaciones, y sin hacer juicios de valor -creo que no hace falta-, solo tengo dos cosas que aportar. La primera es que cada vez adquiere más sentido aquel refrán de “a Dios rogando y con el mazo dando” (en este contexto quizá el mazo no es con lo que daban). Lo segundo es una pregunta. ¿Sería el mazo de un joven clérigo lo que impidió a O´Brien acudir al cónclave papal?  

miércoles, 15 de mayo de 2013

Sabiduría ancestral



Busca solo aquellas personas que te hagan la vida más fácil. Que te hagan el camino menos duro. Que te protejan, que estén ahí y, sobre todo, que tú sientas que eso es mutuo, que tú también se lo vas a dar a ellos sin sentirte una extraña.

Chantajistas y gente con malas tretas te vas a encontrar en esta vida a cientos. Gentes que te usen para un beneficio personal y que, cuando ya no les reportes dicho beneficio, cambien radicalmente y se marchen.Te lo podrán hacer hasta personas por las que habrías dado la vida. Recuerda siempre asegurarte antes si ellos estarían dispuestos a darla por ti.

También encontrarás quienes utilizan el ultimátum, los chantajes emocionales, las tretas para estar siempre presentes, que hacen gala de la explotación máxima de lo adquirido en el pasado como si fuera una propiedad… Esas personas, al final, se llevarán el gato al agua. Te adelantarán por la derecha y se quedarán con lo que tú quieres. Pero recuerda que si es así, no es porque tú hayas errado aunque el desatino bien merezca reflexión. Si 'pierdes' será porque otra persona se ha permitido caer en esas tretas.

Tú no eres así, no seas así. Da espacio, no fuerces, no merece la pena. Que quien decida quedarse en tu camino, sea de la manera que sea, lo haga porque lo disfrute. Quizá no seas la más guapa, quizá no seas la más elocuente con tus argumentos, ni impresiones cada vez que hablas. Es posible que, aun teniendo más sesos que otra persona, pases desapercibida o, incluso, alguno piense que no seas digna de presentación en determinados ámbitos. Recuerda que el conocimiento está en los libros, puede adquirirse. No tiene mérito vomitar ideas ajenas para impresionar al respetable. No vaya a ser que en una de esas arcadas se vaya por el desagüe también la verdadera inteligencia que suele ser aquella de la que no se alardea.

Lo importante en esta vida no se vende, ni se compra. Tú sabes mejor que nadie lo que es ostentar la virtud de saber estar ahí para dar esas cosas que no se pagan con dinero: lealtad, compromiso, sinceridad, ternura, aliento, pasión, complicidad, abrazos, miradas, caricias… Cosas que para algunas personas no sirven de nada, pero que hasta el más odioso ser necesita en algún momento.

Sin embargo, el mundo es demasiado miedoso para reconocer ciertas debilidades, temendamente orgulloso para quedarse en cueros y flaquear. No te contagies de esa mediocridad de alma.Es una enfermedad crónica para la que nunca habrá cura.

jueves, 9 de mayo de 2013

Yo perdí


Un empleo.
Rutinas que mejoraban un mal día o redondeaban uno bueno.
La visión de mi abuela caminando por el pasillo con una bandeja cargada de rosquillas.
La sensación de llegar tarde.
La confianza infinita en que hay gente que nunca te falla.
Las ganas de aguantar reproches y buscar excusas.
El estrés de correr para dar la noticia a tiempo.
Sentirme deseada.
Los cafés para husmear en la ‘basura’ de un Ayuntamiento cualquiera.
La paciencia para los lamentos de quien, teniéndolo todo, siguen buscando motivos para llorar.
La idea de que la sangre siempre tira.


Esas son algunas de las cosas que he perdido durante las últimas semanas. No tengo intención de perder mucho más. Y no, no voy a rezar para conseguirlo pese al consejo de algunos. Porque, a pesar de todo, lo que no he perdido es la fe... en mí. 

lunes, 6 de mayo de 2013

Sin título

Todo estalló en mil pedazos
como un jarrón al caer contra el suelo.
Se hizo añicos 
con la última gota, 
una gota seca.

La sangre emanó.
Las lágrimas la enjuagaron.
La voz se quebró
y todo enmudeció.

Soñando entre líneas, leyendo entre sueños



Hace días que no puedo dormir. Ya son tres las noches que una recurrente pesadilla se repite a modo de bucle infinito cada vez que consigo conciliar el sueño. Da igual que despierte y vuelva a dormir. La pesadilla regresa.

No sé exactamente el lugar en el que acontece todo. Solo sé que me recuerda a esas calas ibicencas de la zona de Pontinatx donde la vegetación se baña en el mar. Voy con un amigo nadando cerca de las rocas. El mar está en calma. Se pueden ver los peces perfectamente. Decidimos inspeccionar a nado el lugar y adentrarnos en una especie de cueva. La claridad que entra en la gruta a través de las rocas hace que parezca que estamos ante un cielo lleno de estrellas que se proyectan como punteros láser sobre el agua. Es un sitio maravilloso, la compañía también. Todo es paz. Soy feliz.

De repente, un estruendo lo convierte todo en oscuridad. Algo ha provocado que parte de la cueva se derrumbe dejándonos presos entre piedras. Tras el susto inicial, lo más fácil para salir de aquella cárcel de agua parece que es bucear por debajo de las rocas hacia el otro lado. Lo intentamos pero es inútil. El desplome ha bloqueado también la salida en el fondo y, entre señas y falta de aire, decidimos salir de nuevo a la superficie.

Sin embargo, ya no hay superficie donde salir. El nivel del mar sube rápidamente y no queda espacio apenas para respirar. Cuando el agua nos cubre y es evidentemente que poco más se puede hacer salvo dejar de moverse, me percato del silencio. El agua ya me ha cubierto por completo. Al buscar bajo el agua a mi amigo, me doy cuenta de que ya no está. Estoy sola.

Tras tres noches con semejante película de terror montada en la habitación, y sin poder descansar presa de la angustia, me decidí a buscar en Internet la posible interpretación de ese sueño. La verdad es que no ha sido muy alentador. Las afirmaciones vertidas en algunas páginas hablan de malos augurios o problemas inminentes en general o en relación a la persona que aparece en mi sueño.

Consultadas también fuentes humanas, es decir, amigos y conocidos, me hace gracia como algunos coinciden en aquello de sacar la explicación apocalíptica a mis acuáticas noches en vela.

De ello saco dos conclusiones. La primera, que siempre el resto sabe perfectamente qué me pasa y por qué me pasa pero pocos me dan las claves para que no pase o ayudarme a mejorar. Y la segunda, que no soy para nada supersticiosa ni creo en señales.

De momento, y a la espera de poder conciliar el sueño de una vez por todas de manera plácida y sin remojos, prefiero leer entre las líneas de mis pesadillas y sacar mis propias conclusiones a este inusual insomnio. A este mundo, venimos y nos vamos solos. Así que lo mejor es tirarse de cabeza al mundo, empaparse de todo antes de que, con el agua al cuello, ya no tengamos escapatoria.

sábado, 27 de abril de 2013

Intimidad, ¡qué bonito nombre tienes!



Tras años a uno de los lados de la noticia, de aquel del que la narra, me vi esta semana del otro lado. De manera involuntaria me convertí en cierto modo, y muy a mi pesar, en la protagonista o coprotagonista de una historia de la que nunca me hubiera gustado formar parte y que, no sé por qué extraña razón, todavía se me mantiene en ella haciéndome muy difícil el pasar página y seguir mi camino.

Una decena de llamadas a la espera de ser respondidas en el registro de mi teléfono, me hicieron intuir que algo había pasado. Desde Torrejón, Coslada y San Fernando, al otro lado del auricular, se me anunciaba que un medio de comunicación de la capital alcarreña acababa de publicar una noticia en la que, pormenorizadamente, se daba buena cuenta de cuál era mi situación económica actual tras pasar a engrosar un número más en las listas del desempleo.

Quiero matizar que, más allá de informar de mi despido a la gente con la que había trabajado en estos municipios, intenté preservar mi intimidad en ese aspecto, entendiendo que determinadas cuestiones pertenecen al ámbito de mi vida privada del que YO decido a quién hago partícipe.

Sin dar nombres, pero de manera milimétrica, todo el que leyó la información, y supo que me habían despedido el pasado 5 de abril, se enteró exhaustivamente de las condiciones en las que lo había hecho. El medio aseguraba que daba voz a los datos ofrecidos por la Asociación de la Prensa de Madrid a través de una nota de prensa.

Que nadie me entienda mal. Soy periodista y sé que hay que informar de las cosas que pasan, siendo ya el baremo impuesto por cada uno el que decide qué es o no noticia, qué es o no publicable. Lo que se dice en dicho medio es cierto. Sin embargo, no me pongo del lado de la empresa de la que se habla ni del medio que reproduce la noticia, ni siquiera de la persona que haya filtrado esa información o de la Asociación de la Prensa. Respetando las razones de cada uno, me mantengo al margen de un cruce de afirmaciones que, sinceramente, nada van a cambiar hoy por hoy mi ya de por sí difícil situación personal.

Lo que me indigna es qué ocurre con el respeto hacia mí, hacia esa mi ‘difícil situación’ y, sobre todo, y por encima de todo, hacia mi intimidad, mi vida privada y el derecho que tengo a que se sepa o no de mis circunstancias. Me cuesta todavía encontrar los motivos por los que gente que hasta ahora simplemente sabía de mi despido, sepa una vez leída esta información cuándo voy a comenzar a cobrar mis atrasos e indemnización y la manera en la que me abonaré dicha cuantía.

Lo que sí sé es que tengo la sensación de que mi derecho a salvaguardar mi intimidad se ha esfumado de la misma manera que me quedé sin empleo. Fui privada de ambos sin querer y por decisión ajena. Y lo peor de todo es que creo que no seré partícipe de la finalidad de todo ello.

sábado, 20 de abril de 2013

Tócala otra vez

"La mujer y la guitarra, para tocarlas, hay que templarlas"


La mujer es como una guitarra. Hay que tocarla para que suene. No todo el mundo es bueno con los instrumentos, ni mucho menos con los de cuerda. Esas, las cuerdas, hay que saber tocarlas con suavidad.

Sin embargo, la guitarra hay que sostenerla con fuerza para que no se caiga, separada lo suficiente del cuerpo pero sirviéndola de apoyo en su extensión. Porque la guitarra no es más que un ser inerte sin unas manos que la hagan sonar.

No todas las guitarras son iguales. Las hay más grandes, más pequeñas, clásicas, modernas, de colores, eléctricas, españolas… En todas, con una mano, con esa suavidad y firmeza que hemos dicho antes, hay que saber colocar los dedos en el lugar correcto, encima de la cuerda exacta y en la posición idónea, para arrancar la nota perfecta.

Con la otra, dejar más espacio, acariciar en su extensión, de arriba abajo, todas las cuerdas, para extraer de ellas los matices que la hagan sonar al gusto.

Dependiendo de la habilidad de las manos que la toquen, la guitarra, que recordemos siempre generará música, sonará mejor a oídos del artista que la quiere hace sonar.

Si la melodía no es del gusto de éste, siempre es factible pensar que la guitarra está desafinada. Sin embargo, eso, afinarla, que a nadie se le olvide, también es ocupación del que pretende hacer sonar este instrumento. El problema, quizá, es que músicos hay pocos. Manazas, muchos. 








jueves, 18 de abril de 2013

El tamaño sí importa


Tras unas semanas sin parar por aquí, llegó la hora de volver a disparar en este diario digital. Y qué mejor manera de hacerlo que poniendo letras a mi realidad. Estoy en PARO. Hay que fastidiarse cómo cuatro letras pueden entrar en la vida de alguien como un tsunami y provocar el caos, que también tiene cuatro letras. Es curioso la relación directamente proporcional entre la brevedad de algunos términos y su importancia y contundencia: vida, amor, odio, fe…  Cuanto más pequeña es la palabra, más jode.

Mi vida laboral se quedó en pause el pasado 5 de abril y todavía estoy haciéndome a la idea de que tengo que comenzar de cero. Ahora es cuando hay que decir eso de que no pasa nada, que será algo temporal, que estoy llena de energía y fuerza para seguir adelante. En el fondo es así, solo que tengo que aprender a que ese fondo sea permanente y no algo temporal. Esto saldrá adelante, y yo saldré del pause,  en el momento que consiga pasar cuatro días seguidos pensando que es posible sin un momento de bajón, de plantearme si quizá ha terminado una etapa de mi vida y ya nada será igual.

Eso es lo complicado. Sobre todo porque tampoco sé si quiero que todo sea igual. Quizá llegó la hora de demostrarme que soy capaz de abrir nuevos caminos, de hacer cosas nuevas, aunque no sepa realmente ni qué caminos ni cuáles son esas cosas. No sé realmente qué leches quiero. Estoy hecha un lío… Mira, lío, otra palabra corta que suele dar por saco.  

lunes, 1 de abril de 2013

Lecciones

Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia.

La frase no es mía. Adolf Hitler la dijo en sus últimos años dejando patente que como orador no tenía precio, mal que le pese a muchos. Décadas después me temo que vamos a tener que darle la razón porque, a pesar de él, y entre otras muchas cuestiones, ni hemos aprendido a hacer la paz en lugar de la guerra, ni a dejar de discriminar por razón de sexo, nación o religión ni a no imponer ideas a golpe de ‘dictadura’ o, simplemente, a golpes.

El ser humano es un animal -cada vez creo que mucho más animal que alguno de cuatro patas- de costumbres. Como tal, repite de manera crónica errores y acciones contra del prójimo y uno mismo sin aprender de su historia. Tanto unas como otras tienen una carga de fascismo, soberbia y, cuanto menos, mala idea

En cuanto a las primeras, intentamos de manera vehemente imponer nuestros pensamientos al resto, hacerles andar por el (nuestro) cauce correcto, infiriendo decisiones a su (nuestro) antojo aunque ellos piensen lo contrario.

Con nuestra realidad somos peores todavía. Nos cuesta demasiado admitir errores o, mejor dicho, cambiar nuestras pautas para evitar los mismos resultados. “La profesora me ha suspendido”, “mi novio me ha dejado”, “me han echado la bronca en el trabajo pero la culpa es de aquel compañero que…” . Todos alguna vez hemos dicho frases de este estilo como excusa para no reconocer un error propio y aprender. Quien diga que no, miente

Es mucho más cómodo para el intelecto pensar, y creer ciegamente, que fueron las circunstancias las que provocaron que algo nos saliera mal y no que nuestras incorrectas acciones son las que nos alejaron de nuestro propósito. Repetimos constantemente las pautas de nuestra historia esperando que éstas den lecciones al mundo de la grandeza de nuestros cojones y perfección, sin querer reconocer que la realidad nos suspende cada día y nos pone a todos en nuestro sitio.

Quizá Hitler se equivocaba. Aprender, aprendemos. Lo que ocurre es que somos demasiado dictadores como para aplicar la lección.