martes, 9 de diciembre de 2014

Manecillas desgastadas

La mayoría de los tweets que leo en mi cuenta me dejan indiferente. Por eso, aquellos en los que te paras y relees, son de los que siempre te acuerdas y  marcan un antes y un después en tu timeline. Es curioso como 140 caracteres pueden no aportar nada o resumir todo. A veces destapan la mayor de las mentiras, o de las verdades. Otros, erizan la piel. Algunos, pocos, dejan sin aliento.

Hoy me topé con uno de esos tweets que condensa todo lo que para mí tienen que tener las frases que marcan: sentimiento, alma, un azote que te lleva a dar un respingo en la silla.
El grave error de calcular el tiempo en reloj ajeno, despertar en la cama incorrecta y llamarle amor a la rutina. (Fran Mas @Fran_Mas_LCA)
Aunque para las dos últimas partes de esta afirmación llenaría unos cuantos folios, me quedo sin duda alguna con la primera. El grave error de calcular el tiempo en reloj ajeno.

¿Qué es el tiempo? ¿Quién lo marca? ¿Por qué? ¿Con qué finalidad? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Para quién? ¿Quién dicta los tiempos idóneos para hacer las cosas? ¿Qué poder tienen para ello esas personas? ¿Dónde está la tabla para medir si se hace de manera correcta? 

No tengo ni puta idea de la respuesta a ninguna de estas preguntas pero lo que sí tengo claro es que nadie -incluidos tú que lees este texto, y yo que lo escribo- tiene derecho a valorar el tiempo/los tiempos ajeno(s) ni usarlo(s) a su antojo sin tener en cuenta el preciado regalo que se le otorga.

Soy lenta en mis tiempos. Lo reconozco. Al menos para las cosas importantes.

Necesito mucho tiempo para creer de verdad, para entregarme, para ser leal.

Necesito tiempo para confiar, o dejar de desconfiar.

Necesito tiempo para enamorarme y desenamorarme (más lo primero que lo segundo).

Necesito quizá más tiempo de lo normal para olvidar, sobre todo las cicatrices, o aprender a vivir con ellas, como quien vive en una casa encantada con un eterno fantasma que le despierta por las noches.

Necesito tiempo para tomar decisiones, para asumir sus consecuencias.

Necesito tiempo para analizar lo rápido que cambian las cosas a mi alrededor y entender los porqués.

Necesito más tiempo de lo habitual para asumir mis errores y también para disfrutar de mis aciertos.

Necesito más tiempo para asimilar el éxito y digerir el fracaso.

Y quizá lo que necesito es darme cuenta de que mi reloj, el único que puede manejar mi tiempo, se ha parado. Las agujas han dejado de marcar y el fallo en el mecanismo no sé cuál es.

Quizá solo haga falta darle cuerda para volver a marcar el ritmo. Para volver a impulsar las manecillas y que éstas suenen al compás de la mayor de las verdades y el más rotundo de los tweet: 

NO PIERDAS MÁS EL TIEMPO

lunes, 24 de noviembre de 2014

Sensaciones

Es esa sensación de estar inmerso en el agua y no hacer pie
que tu boca apenas llegue a tomar oxígeno.
Es ese pataleo para mantenerte a flote
ese movimiento de manos torpes que no sabes si quieres dar.
Es querer salir, secarse y resurgir
es no tener fuerzas ni para saber cómo.

Es, otra vez, esa sensación.

Cada cual compra el cariño del resto como sabe. Y al final, la mayoría de las veces, la intimidad es algo artificial que construimos a base de ceder pedazos de parcela que sacrificamos para combatir a la soledad.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Carreras

El segundo puesto en una carrera es quizá la mayor de las derrotas. Un optimista, y hay días en el que todos lo somos, diría que sí es un triunfo, una muestra de que es posible que la próxima vez se cumplan nuestros objetivos y lleguemos a la meta siendo aquellos que notan cómo la cinta se parte en el abdomen a nuestro paso.

Los que miran el vaso medio vacío convierten esa medalla de plata en un fracaso, en un premio de consolación a eso que tanto ansiaban. Ven desolados a otras personas llevándose eso que tanto se quiere, que tanto se necesita, pensando sin cesar en la sensación tan placentera que sería poder saber qué se siente siendo victorioso, teniendo en su pecho el trofeo que tanto se anhela.

Hoy me siento un poco segundona. Con el run run de quien sabe que podía haber dado más de uno mismo pero que se siente sin ideas y sin fuerzas para conseguir sus objetivos. Sabiendo que hoy, alguien disfruta del premio de una carrera por el que luché pero que nunca fue mío.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Hasta siempre

Un pasillo con el suelo de terrazo en color gris. Un salón al fondo. Un sofá de cuero rojo. La abuela cambiando el canal de la tele. Tú hablando de tu Atleti.

Un parque. El de Pradolongo. Un banco. Unas pipas de calabaza. Un balón de fútbol. Tu inconfundible forma de llamarme 'niña'.

Un restaurante. Una comida familiar. Primos, tíos, nietos... Risas y lágrimas de emoción de estar todos juntos. Tú siempre, tan fuerte y tan frágil. Tan duro y tan sensible. Tan tierno... tan tierno.

Es curioso como la muerte devuelve a la vida recuerdos olvidados. Como si de un resorte se tratase, saltan a la cabeza imágenes, palabras y olores al mismo tiempo que se cierra la tapa de un ataúd.

Hoy es uno de esos días en los que te arrepientes de no haber estado más, de no haber aprovechado más cada momento, de haber permitido que la vida a veces solo nos conectara por teléfono.

Hoy te echo de menos. Echo de menos cogerte la mano, escuchar la crónica del partido del Atleti contigo. Ese Atleti que ahora siempre gana, no como cuando ibas al Calderón. Echo de menos que te metas conmigo mientras huele al bizcocho de la tía en la cocina. Echo de menos como, aun estando destrozado por dentro, siempre sacabas el lado positivo de la vida y te mostrabas más preocupado por los problemas y la vida del resto que por ti.

Pero, sobre todo, echo de menos no tener la oportunidad de decirte que te quiero. Y es que hoy me he dado cuenta de que quizá nunca te lo dije.

Hay gente que no debería irse jamás. Dejas un hueco enorme, tan grande como tu corazón y tu coraje. 

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Música

A veces la música tiene licencia. 
Licencia para dolerte por dentro,
para acariciarte el alma. 
A veces te baja las sábanas sin pedirte permiso, 
sin saber hasta dónde ni hasta cuándo.
A veces la música te escuece dentro, 
y otras se convierte en magia. 
Porque hay quién sabe ser magia
aunque nunca llegue a saberlo

viernes, 5 de septiembre de 2014

Cobarde

En la Real Academia de la Lengua aparece junto a la palabra cobarde la siguiente definición: Pusilánime, sin valor ni espíritu. Hecho con cobardía.

Hoy alguien me dijo que yo soy cobarde. Yo pregunté, pedí sinceridad, y ante mi pregunta de si soy una cobarde, la respuesta fue sí.

Es curioso cómo aquellas respuestas que ya sabes que vas a recibir, se te cuelan dentro. Se adosan entre los músculos y la piel y te recorren por dentro como una descarga eléctrica. Una electricidad que se conecta con otros órganos del cuerpo de manera inmediata provocando acciones previsibles.  Son las obviedades de un cuerpo humano tan complejo como extraordinario.

¿Soy una cobarde? Supongo que sí si esa es la imagen que el resto ve de mí. Si ve falta de recursos para enfrentarme a según qué situaciones o si no tomo las decisiones que supuestamente debería tomar.

Sin embargo, la cobardía o mejor dicho, la valentía es excesivamente complicada de gestionar cuando choca con el mayor de los vínculos que nos da la condición humana. Ese que te hace estar unido a alguien por siempre, para siempre, pase lo que pase, quieras o no. Esa relación que se crea al nacer y que ya es imposible de romper. El vínculo de la sangre. Y éste se mantiene por siempre, con la misma intensidad, tanto de arriba abajo como de abajo arriba.

¿Es la valentía/cobardía compatible con ese vínculo máximo? Lo que es indudable es que es complicado tomar según qué decisiones cuando lo que está en juego no solo eres tú, sino algo que está por encima de todo lo demás. La sangre, quien te la dio y la renuncia a ello, con las consecuencias que conlleve y el dolor que genere todo eso. 

Sí, soy una cobarde. Pero a veces es complicado dejar de serlo. 


lunes, 25 de agosto de 2014

La piel

En mi mundo la mentira tiene un espacio curioso. Odio que se me falte a la verdad y me enfurece mentir (de hecho no sé). Sin embargo, ahora soy consciente de haber vivido una de las mayores mentiras del mundo.

Esa mentira que crees que nunca te podrán colar. Esa que siempre creerás reconocer y que nunca pensarás que alguien podría usar como arma de destrucción masiva. Esa que descubres con los ojos mientras intentas con todas tus fuerzas mitigar el cuero enchilado con las manos hasta dejarte los brazos en carne viva.

La mentira de la piel.

Un órgano al margen de todo lo demás.

domingo, 3 de agosto de 2014

Como con una cuchara

Esa sensación detestable que te hace que el cuerpo te pese y que la cabeza no avance pues hay algo que le hace tope. Echar de menos.

Sí, esa horrible sensación de extrañar a alguien. De saber que sigues relleno de órganos porque respiras, aunque la sensación real es la de estar hueco por dentro. Como si sintieras que han salido a palanca con ayuda de una cuchara, todos los órganos con los que sueles pensar: tripas y corazón.

Extrañas todo. Porque las cosas se pueden repetir con otras personas pero jamás son iguales. Porque es la gente la que hace que cada unión sea única, irrepetible e insustituible. Y entonces te das cuenta de que jamás volverás a ser la misma y a quien realmente echas de menos es a ti.

A ese yo que sabía qué hacer para que mi olor fuera suficiente razón para ser.





martes, 22 de julio de 2014

Cadenas

Hace unos días unos amigos me mostraban las imágenes del Wave-Gotik-Treffen, un festival anual de música y arte celebrado en Leipzig (Alemania) donde la mayoría de los participantes visten estética gótica. Entre algunas de las imágenes que me mostraron, aparecía una que a todos llamaba la atención. Ella llevaba un grueso collar negro en el cuello del que salía una cadena de eslabones de hierro. Él sostenía en su mano el otro lado de la cadena. La versión también existía a la inversa, es decir, él con la cadena puesta. Al parecer es una manera más de mostrar su amor, su compromiso. Otros, supuestamente normales llevan un anillo al dedo de manera permanente. Para gustos, colores.

La intención de este texto no es valorar ni mucho menos lo que me pueda parecer dicha estética, mentalidad o forma de vivir. En el respeto a los demás se basa la convivencia del ser humano, siempre y cuando los límites de uno no invadan los del resto. Vive y deja vivir. Respeto todo siempre que se me respete. ¿Quién marca la línea de lo que es lo normal? ¿Yo lo soy? ¿Tú lo eres?

Lo cierto es que cuando regresaba a mi casa me paré a pensar en que en realidad esas cadenas que en las imágenes se muestran físicas en el cuello de uno de los miembros de la pareja, en el día a día aunque de manera simbólica, también existen. Y quizá estas cadenas imaginarias son las que someten realmente.

No tengo que pensar mucho para caer en varias personas que se encuentran bajo los deseos que imperan en la vida de la persona con quien mantienen una relación. Sin darse cuenta, en muchas ocasiones, se ven amordazados con una cadena en la que, un simple y cariñoso tirón de la otra persona, hace que se sometan a sus pretensiones.

Es curioso como ese sutil empleo de la fuerza, a veces en forma de caricias alrededor del cuello que lentamente erosionan la piel, suele estar justificado por fuerte que sea el tirón en la cuerda en el amor que se profesa hacia el cónyuge 'sometido', en lo mucho que el que aprieta la soga quiere al que la padece. "Te quiero y puedo decir y hacer lo que me de la gana porque tengo derecho", "porque solo juntos podemos ser felices" y "nadie te va a querer jamás como yo lo hago", son algunas frases tipo de forma y fondo.

Poco a poco, el ser que lleva la cadena va agachando la cabeza, disminuyendo el campo de visión hasta un punto en que empieza a ver el mundo desde la altura o el enfoque que impregna el dueño de la situación, el que maneja la cadena. A pesar de ello, lo hacen "con gusto", dicen mientras se apartan la cadena que comienza a apretar para poder respirar. Incluso afirmando, mientras mueven el rabo, que ese es su deseo. Lo hacen porque quieren, pues "en realidad es el perro quien mueve al amo", añaden convencidos.

Paso a paso, los suaves y cariñosos tirones impiden ver más allá del campo de acción que al amo se le antoje. Éste decide cómo, cuándo y cuánto, incluso pidiendo consejo al portador de la cadena y escudándose en un "no sé si sabré hacerlo sin tu ayuda". Mientras, sigue tirando de la cuerda apartando en dicho acto a patadas, cuando cree que nadie ve, las chinas del camino.

Y siempre teniendo en cuenta que todo se hace bajo el profundo amor que dicho amo profesa a su pareja, un sentimiento alzado sobre y reforzado en todos los sacrificios que éste ha realizado para que fructificara esta 'igualitaria' relación de amor-posesión-autoridad, donde quien porta la cadena acaba estando convencido de que no puede aspirar a nada más. Ni mejor ni peor. Cree que no tiene derecho a aspirar a más. Quizá, en el fondo, eso sea cierto.

Finalmente, un día la cadena se suelta. El que la sostiene ya no tiene más que pedir ni que reclamar o, simplemente, la cadena se oxida y rompe por el paso del tiempo. En otras ocasiones, al portador se le ha quedado corta, larga o ya no le queda bien con la ropa que lleva. En algunos casos, la cadena se suelta porque hay un cuello en el que encaja mejor o porque el actual se ha quedado pequeño. También hay que tener en cuenta que se tienen dos manos y se pueden portar dos cadenas a la vez.

Sea como fuera, el que tira de la cadena es el que siempre continuará avanzando. El que la porta se queda mirándose en el espejo descubriendo lo sucedido. Porque las cadenas, aun ya sueltas, dejan marcas en el cuello.


P.D: Yo no he ladrado nunca. 

domingo, 15 de junio de 2014

Tal vez

Tal vez,
lo más fácil sería echarle la culpa al vino
a las canciones o al momento.
Quizás
la certeza de saber
que los daños colaterales del día después
estarían silenciados por 2000 km de distancia,
besos y palabras,
fue un columpio hasta mis labios.

Llegaste,
yo no te esperaba
y aunque los gestos siempre son provisionales,
volví a ver en tus ojos puertas abiertas.
La noche cabía en tus pupilas.

Hablamos de nuestros triunfos, fracasos,
ya sabes que a veces el pasado
es como un dulce con sabor amargo.

El deseo abrió sucursales entre nosotros,
después de aparcar nuestros corazones
en un pozo cerca del oceáno
desaté mis manos y tus botones
y te robé la ropa de más que te puso el invierno.

Hoy no busco respuestas
y lo que más me gusta de ti
es todo lo que no sé.
Tampoco busco que entre nosotros
se escriba la palabra
amor.

Pero espero,
tal vez,
que uno de estos días
tropieces con las ganas de verme
y me llames
cuando yo no te espere.

lunes, 2 de junio de 2014

Punto y final

Fue triste como hacer un testamento. Tan triste como un pez en un lavado, tan rápido como el resentimiento que siente en sus pulmones quien se siente abandonado.

Así acabó. Punto y final. Una historia indescriptible.La triste historia de tu cuerpo sobre el mío.520 días que podrían resumirse en dos corazones arrojándose al vacío.

Viviendo tan deprisa no pudimos darnos cuenta que un corazón que corre desfallece en un latido, que, a veces, pone demasiadas trampas la cabeza y aquel que solo busca intensidad está perdido. Perdido porque la pasión se acaba y no hay vacuna. Perdido por dejar mi cuerpo atado a tu cintura.

Ahora tendré que inventarme otro camino, tirar algunos miedos al lavado,romper los límites en que creímos porque nos limitaban demasiado. Estuve tanto tiempo en el invierno, tanto tiempo confundida, que tuve que esconderme en un cuaderno lanzándote canciones a la cara.

Pero vino el porvenir y recogió mi corazón de la basura cuando deje de hacer preguntas a las fotos. Llegó el perdón.

¿Por qué buscar culpables a estas alturas? Si odiar no cura un corazón que ya está roto.


jueves, 24 de abril de 2014

Esdrújulas

Tuvimos una historia de esdrújulas.
Fue un cuerpo a cuerpo dramático
un viaje bélico
nunca hubo cálculo
no fue didáctico
más bien estúpido
tal vez romántico
y nunca cálido.

Te di mis lágrimas
tú a mí tu música
pero sintética
no había métrica
tú en octosílabos
y yo en prosa.

Aquí
    se rompió 
               la rima
por eso nunca fue posible
porque lo llamábamos lo nuestro

pero lo apellidamos fatídico.

martes, 15 de abril de 2014

Silueta

Se miró en el espejo. La oscuridad de la estancia y la luz al fondo dibujó su solitaria silueta en el cristal. Sus curvas, su pelo cayendo sobre los hombros, cada uno de sus dedos como arma arrojadiza.

Se puso de perfil. Paseó, con suavidad, los dedos por su contorno. El cuello, el pecho, el costado, sus muslos, mientras observaba en silencio la escena. La de un cuerpo que conocía a la perfección pero que se le tornaba desconocido a cada instante.

Dejó caer la cabeza hacia atrás y se colocó frente al cristal. La oscuridad y su cuerpo impidiendo el paso de luz no permitieron que se pudiera contemplar el recorrido que habían tomado sus dedos, delicados dardos sobre el satén de una piel humedecida por el aumento de temperatura, al vaivén de la excitación.

Un leve gemido quebró la estancia. La respiración agitada, el calor, el sonido que hace el placer al abrirse paso a través de las yemas de los dedos. Sus movimientos la hicieron ponerse de nuevo de perfil y el foco de luz dibujó una vez más su silueta y sus acciones.

Mostró como una de sus manos recorría su cuerpo mientras la otra se perdía en convulsos movimientos esperando que su compañera fuera a buscarla, entrelazando sus dedos a un ritmo cada vez mayor, pidiéndose paso de manera lenta y después vertiginosa, ansioso de tocar los acordes perfectos de una banda sonora llamada placer con un gemido como última nota. 

El éxtasis se volvió líquido, se tornó en temblor y fuego en las entrañas.

E inexorablemente, todo se conectó con el lagrimal. 

lunes, 7 de abril de 2014

Sin título

Dientes de espuma.

Alimaña embravecida sin motivo alguno.

Como si clamara que la tierra que pisas es suya

y que solo vives un préstamo.

Destructivo y letal bocado.

Dañino e insolente zarpazo.

Aciago insulto.

Sin respeto alguno.

lunes, 24 de marzo de 2014

Adolfo Suárez eres tú

"La vida siempre te da dos opciones: la cómoda y la difícil. Cuando dudes elige siempre la difícil, porque así siempre estarás seguro de que no ha sido la comodidad la que ha elegido por ti"
(Adolfo Suárez. 1932-2014)

* * * 

Se acabó la cuenta atrás. Ha muerto Adolfo Suárez. Y arranca la liturgia: España se pone a media asta, se abren las compuertas y nos inunda un alud de imágenes de tinta. Se ha muerto Adolfo Suárez. ¿Quién era Adolfo Suárez?, se preguntan los hijos de la Logse. Y tú me lo preguntas, criatura: Adolfo Suárez eres tú. Y tú. Y tú. Y tú. Hay millones de tú que se preguntan quién era Adolfo Suárez, sin saber que son herederos de Adolfo Suárez.

España es un yo sin circunstancias, un país sin contexto. Ni dudas orteguianas. Se nos da de miedo la elegía -el almendro de nata, las desalentadas amapolas-, porque somos muy buenos enterrando a los muertos. Y únicos sepultando a los vivos.

¿Quién era Adolfo Suárez?, se preguntan los hijos de la Logse. ¿Y qué es la Transición? Y tú me preguntas, criatura: Adolfo Suárez y la Transición sois todos vosotros, que formáis parte de una generación que no tiene ni puñetera de lo que supuso Adolfo Suárez, por la sencilla razón de que España es el único país del mundo que no tiene conciencia de sí mismo, un caso inédito de mutilación del espíritu.

¿Cuánto ocupa la figura de Adolfo Suárez en los libros de texto? ¿Os han explicado alguna vez qué significa de verdad la democracia? La democracia, criaturas, no se estudia: se conquista. Y Adolfo Suárez fue un conquistador de la democracia, porque antes de que vosotros nacierais la democracia se estaba escribiendo en las aceras. Se acabó la cuenta atrás y una torrentera de imágenes y tinta se cuela en las salitas de estas para mostrarnos la imagen de un señor que se quedó sin memoria.

¿Y no se acordaba de nada?, se preguntan los hijos de la Logse. De nada, criaturas. Se quedó totalmente a oscuras. Igual que estáis vosotros. En algo os parecéis a Suárez. Pero no tenéis la culpa. 


viernes, 14 de marzo de 2014

Frágiles

Para entender lo frágiles que somos no hay más que compararnos con el mundo animal. Somos la única especie incapaz de valerse por sí misma incluso años después de haber nacido. Nuestro instinto inicial apenas se ciñe a la succión pero sólo si nos plantan un pecho entre los labios, o a llorar cuando sentimos hambre, frío o dolor. Nacemos dependientes y esa dependencia nos persigue hasta el fin de nuestros días. 

Nos enseñan a andar, a comunicarnos, a atarnos los cordones para no caer, a gestionar el amor, a combatir la tristeza y a desenvolvernos en los mil y un pormenores de nuestro día a día. Comprar en un supermercado, manejar el dial de la radio, marcar el número de la policía o pedir un taxi. E incluso en los taxis algunas veces dudamos del destino. O acudimos a lugares en contra de nuestra propia voluntad. No queremos ir al dentista, o a un funeral, pero vamos. Le decimos al taxista "lléveme", y en cierto modo nos sentimos cómodos porque el taxi hace las veces de placenta. El taxi nos lleva, aunque dudemos, y además nos protege.
Pero también somos la única especie sin una misión definida. Al principio, nadie sabe en qué empleará su vida, y algunos no llegarán a saberlo nunca. Desconocerán siempre por qué o para qué están aquí. En qué ocupar el tiempo. 

Vivir solo o en manada. 

Comandar la manada o dejarse llevar. 

Reproducirse o no querer hacerlo. O no poder. 

A veces tú decides y otras veces es tu cuerpo el que decide por ti. A veces no te encuentras y otras veces son los otros quienes buscan encontrarte. En parte todo depende del aprendizaje. Por eso es esencial educar a los niños. Hacerles comprender. Enseñarles el oficio de vivir la vida. Protegerles, aunque nadie sepa exactamente hasta cuándo.

Supongo que esa es la madre de todas las preguntas. ¿Hasta cuándo necesitamos ser protegidos?

miércoles, 12 de marzo de 2014

Ya no es 11-M

Ayer me levanté a las 6.30 horas. Me duché, desayuné y me fui a trabajar. Discutí con mi jefe, me enfadé y me relajé. A las 3 de la tarde comí con un compañero y después, tras darme un paseo por las calles de Madrid, acudí a la segunda jornada de un curso que estoy realizando. Sobre las 22.30 horas, llegué a mi casa. Me duché, cené y me acosté.

Esa fue básicamente la relación de acontecimientos de mi vida el 11 de marzo de 2014. Un día más.

Diez años antes, nada que ver. Pero no, tranquilos. No os voy a contar nada de qué hice, qué sentí o dónde estaba aquel fatídico 11 de marzo de 2004. ¿Para qué? ¿Qué aporta? ¿Qué importa si estaba en la facultad o en la cama cuando me despertaron las llamadas de familiares preocupados? ¿De qué sirve?

Observo ojiplática como, año tras años, mis redes sociales se llenan de testimonios de gente que, sin haberles rozado ni de lejos la tragedia, hablan de cómo vivieron ese día. Al final de sus palabras, -recalco, AL FINAL-, su recuerdo a las víctimas. ¿De qué coño estamos hablando? ¿Hasta cuándo el YO, YO, YO va a seguir predominando sobre el NOSOTROS o, en este caso, ELLOS que es lo importante?

No hago más que recordar estos días a Rodolfo Ruiz el que era comisario de Vallecas. El saber cómo su familia y él fueron una víctima más de la barbarie terrorista que, a día de hoy, todavía hay algunos que intentan desvirtuar. Mientras, las víctimas, de lado. Más de 2.000 familias TOCADAS directamente por la varita de la desgracia y aquí -y que me perdonen los que se sientan ofendidos pues es humano que a todos nos afectara tal desgracia- mirándonos el ombligo y recordando cómo fue aquel 11 de marzo en el que seguimos haciendo nuestra vida sin que NADA importante cambiará y rodeados de nuestros seres queridos.

¿En qué mierda de país vivimos cuando lo que la mayoría que leo estos días son textos que empiezan por "Aquel día YO estaba..., YO hacía, YO pensé....?

Todavía no he visto un solo texto en el que alguien me contará qué hizo los días posteriores, cómo ayudó a las víctimas semanas después o ni tan siquiera, si se preocupó cuatro meses después en cómo fue su día mientras Pilar Manjón, por ejemplo, seguía llorando a su hijo.

Esa es la hipocresía vital que quizá debiéramos mirarnos. Por el bien de todos, también de las víctimas. Que lo siguen siendo.

http://politica.elpais.com/politica/2014/03/09/videos/1394388896_556198.html

lunes, 3 de marzo de 2014

Olvidando

Es curioso la forma en la que la memoria, por buena que sea, tiende a ser selectiva en aspectos que nunca pensarías. Siempre dicen que nuestra mente intenta borrar capítulos 'desagradables' o dañinos de manera inconsciente para mitigar en cierto modo el dolor. Sin embargo, la mente nos sorprende a diario y nos hace imposible recordar cosas, momentos puntuales, instantes que sin darte cuenta te marcan en positivo pero que eres incapaz de colocar en un calendario.

Sé dónde estaba en el instante que te escuché por primera vez pero no recuerdo ni el día, ni el mes, y para situarlo en el año tengo que escudriñar hechos históricos o mirar en los archivos de mis reportajes para echar la cuenta. Me pareciste el ser más impertinente sobre la faz de la tierra. Alguien que venía de vuelta a darme lecciones y decirme cómo tenía que hacer mi trabajo.

No recuerdo cuánto tiempo pasó hasta que volví a saber de ti. Ni tampoco ubico en el calendario las siguientes llamadas. Tampoco cuándo te puse el apodo por el que comencé a llamarte y aún hoy menciono al hablar de ti. Sin embargo, podría describir a la perfección la sensación que tuve en una de esas llamadas. Años después, solo la confirmé.

Este extraño olvido siguió haciéndose compañero de viaje de aquella historia pese al paso del tiempo. No recuerdo qué día fue la primera vez que reduje el espacio que había entre nosotros hasta poner la cuenta a cero. Paredes azules, calor, un atuendo verde. Tampoco recuerdo en qué día decía el almanaque que vivíamos cuando te vi a lo lejos y supe que ya nada sería igual.

Fuerzo la mente, miro los días de aquel año en un pedazo de papel viejo y pasado por la lavadora, y mentiría si dijera que sé cuándo me perdí en una estancia ajena. Ni siquiera sabría decir en qué día de la semana ocurrió. Sí sé que aquel día sentí miedo, me salté mis reglas. Nunca más las habría. Y nunca más las habrá porque fue entonces cuanto todo cambió para siempre. Nunca me arrepentiré de que así fuera. Aquel día me convertí en lo que soy ahora. ¿Es raro no acordarse de tan señalada fecha?

Después de ese momento hubo muchos más que marcaron pero el calendario no da pistas de dónde debo poner los círculos rojos. No recuerdo cuándo dije por primera vez lo que tanto me costaba decir pero sí recuerdo cuándo lo dijiste tú. "Pasara lo que pasara. No se te olvide nunca". Hacía frío. Sentí calor.

Tampoco sé qué día fue.

Podría continuar. Podría decir que nunca supe qué día fue cuando supe que me quería quedar donde estaba, que tenía lo que siempre había querido, aunque para el común de los mortales fuera el mayor golpe de estado contra la dignidad. Nunca me importó el qué dirán. Desconozco el día, el mes. Pero todavía recuerdo como si fuera ayer a qué olía ese momento y qué sonaba de fondo.

Tiempo después, y tras muchos más recuerdos en la vida y olvidos en el calendario, un día me encontré buscando qué día fue en el que me quedé sola mientras el mundo no dejaba de dar vueltas y el suelo se movía con fuerte marejada intentando tirarme de la silla. Miré a un lado, a otro. Solo me encontré al eterno compañero de viaje.

Quizá me esté haciendo mayor. Quizá jamás vuelva a poder recordar fechas en el calendario.

Sin embargo, hoy sé que necesitaré otra vida entera para olvidar todo lo demás. 

viernes, 14 de febrero de 2014

DEBO CONFESAR QUE: Yo también tengo un amor inolvidable y un secreto inconfesable. Que en mi mente planeo conversaciones que nunca se van a llevar a cabo. Que odio pelearme por una estupidez con alguien que realmente me importa. Que detesto cuando me dicen " te extraño" y no hacen nada para verme. Que se me paró el corazón con el "¿te puedo hacer una pregunta?". Que tuve un nudo en la garganta cuando me enteré de algo y tuve que fingir que todo estaba bien. Que tuve un ataque de sinceridad y luego pensé: ¿¿para qué mierda lo dije?? Que odio irme temprano de un lugar y que después me digan “te perdiste lo mejor”!. Que me di cuenta que estoy esperando algo que nunca va a suceder. Que me encanta cuando una canción me hace recordar, como si estuviera viviendo ese momento inolvidable nuevamente. Que prefiero estar loca y ser feliz que ser normal y amargada. Que me gusta oír las mentiras cuando ya se la verdad. Pero ante todo debo confesar que lo vivido, lo volvería a hacer!!

domingo, 2 de febrero de 2014

¿Dominamos las redes sociales o son ellas las que nos dominan a nosotros?

Extracto del artículo publicado en el blog 'Yo, Community Manager'

Soy una firme defensora de las redes sociales. Creo que cumplen una labor informativa esencial en los tiempos que corren y, bien usadas, se han convertido en el germen de muchos movimientos sociales que merece la pena seguir alimentando. Eso sin contar la cantidad de salidas laborales que impulsan, entre otras cosas. Las redes sociales no solo nos conectan con personas. Nos enseñan cosas nuevas todos los días, nos hacen descubrir qué ocurre en el mundo y hacen que nuestro pensamiento crítico se mantenga despierto.

Sin embargo, ¿dominamos nosotros a las redes sociales o son ellas las que nos dominan a nosotros y dirigen el devenir de los acontecimientos a su antojo? ¿Puede una red social menoscabar la palabra de alguien hasta el punto de hacerla parecer lo que no es?

La ausencia de tonos, de contacto con la persona, la falta de interactuación, del tú a tú,  el cara a cara, lleva a menudo a malos entendidos en Internet.  ¿Quién no ha tenido algún encontronazo con alguien que no ha entendido bien un tweet o que se muestra indignado por nuestra opinión?

Estos ‘pequeños líos’ pueden ser fácilmente subsanables. Basta con un poco de voluntad y buen hacer por parte de las dos personas para matizar y llegar a un entendimiento en sus comentarios. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el malentendido es con la propia red social?

El hombre contra la máquina, ¿o era al revés?

Os cuento. Me ha ocurrido algo que siempre taché de bulo cuando se lo escuchaba a otras personas. Por alguna razón que se me escapa, mi cuenta de Twitter asegura que he dejado de seguir a algunas personas que nunca dejé de seguir, sigo a personas que creí que ya había dejado de seguir e, incluso, tengo en situación de bloqueo a personas que ni siquiera conozco y con las que juraría que nunca hablé.

Al principio pensé que alguien se había metido en mi cuenta. Deseché la idea en minutos. Seamos serios. ¿Quién iba a querer meterme en mi cuenta? No soy la protagonista de una película de espías.

La primera de las circunstancias, la de dejar de seguir, ha provocado lo habitual. Las personas a las que supuestamente había eliminado de mi red, han decidido también hacerlo (ahora entiendo la pérdida de seguidores en las últimas semanas). Varias me han advertido de lo ocurrido. Da igual cuántas veces haya insistido en que, de aparecer eliminadas, había sido algo involuntario. Twitter ha hablado y parece que nunca se equivoca. Amén.

Súmale eso de que una imagen vale más que mil palabras (Que conste que como periodista nunca he creído en esta afirmación a pies juntillas). Al lado de mi foto, se lee sin lugar a dudas que he dejado de seguir a estas personas en cuestión. Concretamente se muestra hasta el día en que dejé de hacerlo. Os podéis imaginar la cara que se me ha quedado al verlo. Más o menos como ésta para que os ilustréis. 


Ante tal prueba física e irrefutable, ¿qué tengo yo que decir? (modo ironía ON). Nada (más ironía). La red social ha ganado (reironía). Da igual cuál sea mi verdad. He dejado de ser seguidora. ¡¡Si es que suena hasta mal!!

La máquina ha ganado al hombre, en este caso a mí, a la mujer. Ponerle ahora música tremendista de fondo, sonido de platos rotos, gritos y lloros cinematográficos. El momento lo requiere. El botón no pone ‘Siguiendo’ y el análisis asegura que no sigo desde hace semana a esas personas pese a que en mi Time line he podido ver los tweets de algunas de ellas sin problemas.

La verdad es que la historia es bastante estúpida y no deja de ser algo demasiado trivial en los tiempos que corren -y tal y como discurre mi vida últimamente- como para darle vueltas. Os preguntaréis que qué mierda de post es éste pero la verdad es que da mucho que pensar cómo y hasta qué punto lo que leemos y nos dicen en y las redes sociales, consigue quitar valor a la palabra de una persona.

Al menos así es como lo he sentido yo cuando me he descubierto justificando algo que no había hecho, defendiéndome ante las afirmaciones de un programa informático. Lo sé, es una bobada, pero mira que me jode que pongan en tela de juicio mi palabra. Es que es mía, y ese término escasea últimamente. Que nadie me venga con el excusatio non petita… por favor.

Entre la risa por lo surrealista de la historia, y la mala leche que se me ha puesto y que va intrínseca a mi persona cuando algo me parece injusto y me enfada, no he podido evitar acordarme de esa historia que más de uno hemos vivido. Esa que ocurre cuando metes las monedas en una máquina de refrescos o tabaco, la máquina se traga las monedas, reclamas el importe al dueño del establecimiento y éste te mira con cara de: “Es mentira, me estás timando. La máquina no se queda nunca con el dinero. Eres tú que eres una aprovechada”.

Sé que la máquina se equivoca. Aunque también sé que es difícil de creer. Es lógico. Las máquinas están programadas para no equivocarse nunca. Los humanos todavía tenemos muchos defectos de fábrica.

Seguiré utilizando Twitter, no le guardo ningún rencor. ¡Pobre criatura! Con la de buenos ratos que nos da. Me parece una red social tan útil que continuaré cada día exprimiéndola al máximo pues me da más de lo que me quita. Me sigue pareciendo increíble poder hablar con gente en la otra parte del mundo, sentir que formo parte de alguno de los movimientos sociales más latentes y saberme partícipe de, en cierta manera, estar intentando cambiar el mundo ante de que éste nos cambie a nosotros. Ojalá las redes sociales tampoco nos cambien.

domingo, 19 de enero de 2014

¿El malo nace o se hace?

Los abogados dicen eso de que todo el mundo es inocente hasta que se demuestra lo contrario, que es el agravio, el delito, lo que hay que demostrar .Y yo no puedo evitar preguntarme si esto es extrapolable a la maldad humana. Tras 31 años de experiencias y de vivencias, de haber conocido gente de todo tipo, de haber visto solo algunas cosas, un buen día echas la vista alrededor, lees la sección de sucesos del periódico, ves una película de la que sabes la trama y las entrañas te sacuden hasta colocarse a la altura de la garganta.

¿Todo el mundo es malo hasta que se demuestra lo contrario? ¿El malo nace o se hace? ¿Uno se convierte en un inhumano humano de la noche a la mañana? ¿Lo lleva en su adn? Y si es así, ¿qué hace despertar a la bestia que llevamos dentro? ¿Qué es lo que nos lleva a hacer daño de manera consciente y premeditada a otra persona? O más bien, ¿qué nos lleva a no frenar ese impulso de maldad del que somos conscientes pero que dejamos libre en pro del regusto de placer que genera saberse ganador y que pesa más que la integridad como personas que supuestamente somos?

Tengo la respuesta a casi todo. Supongo que solo espero que se me demuestre que, para jugar a caballo ganador, no siempre hay que poner todas las fichas al negro.