Un comentario en el estado de Facebook de una amiga me ha
recordado una frase que escuché en la película Martín Hache. Una afirmación con
la que, a día de hoy, no puedo estar más de acuerdo. Hay que follar(se) las
mentes.
En una sociedad donde pensar parece que está de más. En un
tiempo donde hablar por hablar, con palabras vacías cual verdugos de una
mediocridad superlativa, parece el deporte nacional, me queda la duda de si
alguno recuerda la potente arma de seducción y de vida que es la mente. Del
control que tengamos de ella, depende en gran parte lo que valemos.
Hemos perdido la sana costumbre de penetrar, succionar y masturbar
la mente hasta la extenuación. Hasta que, cual orgasmo, (se) corra el
intelecto. Nos conformamos con provocarnos calentones introduciéndonos las
ideas de otros como si de consoladores se tratasen, permitiendo que su frialdad
y dureza nos hagan llegar a un fingido clímax final.
Y una vez follada nuestra mente, está el reto de hacerlo con la de los demás. Seducir sus neuronas, comparar la capacidad de erotismo de nuestro intelecto sin dejarnos ‘ligar’ por el del contrario. Echar un polvo sin condón a las ideas del otro.
El problema es que, en este país, mentimos hasta en el número de polvos que echamos. Ojalá
la gente follara más y jodiera menos el intelecto.