jueves, 28 de febrero de 2013

Follar(se) las mentes


Un comentario en el estado de Facebook de una amiga me ha recordado una frase que escuché en la película Martín Hache. Una afirmación con la que, a día de hoy, no puedo estar más de acuerdo. Hay que follar(se) las mentes.

En una sociedad donde pensar parece que está de más. En un tiempo donde hablar por hablar, con palabras vacías cual verdugos de una mediocridad superlativa, parece el deporte nacional, me queda la duda de si alguno recuerda la potente arma de seducción y de vida que es la mente. Del control que tengamos de ella, depende en gran parte lo que valemos.

Hemos perdido la sana costumbre de penetrar, succionar y masturbar la mente hasta la extenuación. Hasta que, cual orgasmo, (se) corra el intelecto. Nos conformamos con provocarnos calentones introduciéndonos las ideas de otros como si de consoladores se tratasen, permitiendo que su frialdad y dureza nos hagan llegar a un fingido clímax final.

Y una vez follada nuestra mente, está el reto de hacerlo con la de los demás. Seducir sus neuronas, comparar la capacidad de erotismo de nuestro intelecto sin dejarnos ‘ligar’ por el del contrario. Echar un polvo sin condón a las ideas del otro.

El problema es que, en este país, mentimos hasta en el número de polvos que echamos. Ojalá la gente follara más y jodiera menos el intelecto.

lunes, 25 de febrero de 2013

Dependencia


Estoy a punto de volver a fumar. De entregarme a la nicotina esperando que su asqueroso sabor mitigue la ansiedad y la presión del pecho. Sin embargo, si no me tiro en plancha al paquete de tabaco de alguno de mis compañeros de trabajo, es básicamente porque tengo la impresión de que es lo único que, ahora mismo, puedo controlar de mi vida. El resto, no depende de mí.

Hoy me siento un muñeco teledirigido y omitido. Como si viera mi vida desde fuera, como si fuera invisible. Resoplo. Me frustro. Respiro. Respira Desirée, respira. Que eso también solo depende de ti.

sábado, 16 de febrero de 2013

¿Cuánto vales?


Cuando nuestros padres nos educan, nos enseñan a ser buenas personas. Nos muestran cómo ser nobles, cómo ser prudentes, a calibrar el respeto. Nos hablan de qué es la lealtad, nos descubren el término bondad. En definitiva, nos enseñan a hacer las cosas bien. Sin embargo, ¿de qué sirve hacer las cosas bien si no se consigue la finalidad anhelada? ¿El fin justifica los medios? ¿Todo vale en esta vida, nos llevemos a quien nos llevemos por delante?

Hace poco descubrí con asombro que hay personas que son capaces de usar el dinero para comprar esas cosas que, se supone, los billetes no dan: el amor, la fidelidad, el compromiso, la ‘exclusividad’. ¿Qué precio se le pone a eso? ¿Cuánto vale la dignidad de una persona? ¿Cuánto cuesta comprar una mentira solo para vivir una ‘realidad’ imaginaria?

Es inevitable plantearse si yo tengo precio. ¿Por cuánto valoraría mis principios, mi integridad y, sobre todo, mis sentimientos? Lo fácil sería decir que no tengo precio. Pero sí lo tengo. Valgo mi ser más mis circunstancias. Porque cuando doblegamos, cuando se nos compra, se pone en venta también a las personas que nos rodean, al menos, una parte de ellas. Quizá la más importante. Ahí es cuando uno se da cuenta del valor que da a su gente.

Y ahora yo te pregunto… ¿Qué precio me pones a mí?

miércoles, 13 de febrero de 2013

Yo (me) quiero


Mañana es San Valentín para los enamorados. San Ballantines, San El Corte Inglés o San Solterín para el bando de los parias del amor. La tradición manda llenar todo de corazones y obligarse -bajo pena de muerte en caso contrario- a decir cuánto se quiere al ser querido. Yo, como de costumbre, paso este día sin pareja.

Seguramente no habría celebrado de ninguna manera especial el 14 de febrero, pero la verdad es que por una vez no me importaría tener la oportunidad de decidir si lo celebro o no.  Es una cuestión de posibilidades. Yo tengo la certeza absoluta de que este jueves no habrá ni e-mail amoroso, ni flores en la oficina, ni un mensajero en la puerta de mi casa con un regalo sorpresa que me haga poner sonrisa de ‘tonta’.

Así que este año, y siendo hoy 13 de febrero, me he regalado una rosa amarilla, mis favoritas. Al fin y al cabo soy la persona con la que más veces me voy a acostar en mi vida y debería mimarme un poco. En cuanto a regalos ajenos, quién sabe. Quizá alguien piensa en mí y pone sonrisa de ‘tonto’. Sería un buen regalo ¿no?


martes, 12 de febrero de 2013

La mentira


Es increíble cuánto puede decirnos la mirada de una persona. Si está bien, si está mal, si te busca, si te evita, si te dice la verdad, si te miente… La mentira. Estoy tan rodeada de ella que ya me cuesta distinguir una palabra sincera. ¿Será por eso que últimamente no me creo nada? ¿Me habré convertido en una escéptica sin posibilidad de retorno?

El problema es que quiero creer. Necesito creer en todo aquello que me importa. Creer en que lo que escucho es de verdad, en que no hay engaño, en que todo es sincero, de verdad, ‘puro’ en la medida en que las circunstancias lo permiten.

Sin embargo, algo en mi interior salta, pita, se ilumina en señal de alerta cuando doy al off en el sentido del oído, cuando dejo de leer los labios y enciendo el interruptor de mi conciencia rumbo a la mirada. Allí las palabras se esfuman, y en los ojos no leo las mismas letras.

¿Habré perdido la capacidad de creer? ¿En mí? ¿En ti? Quizá deba pensar en graduarme la vista para que la boca y los ojos cuadren en el marco que forman la moldura de mis dioptrías en estas gafas marca ‘mi vida’. Y después decirte eso de…’mírame a los ojos, que necesito que me oigas’.