Puede parecer que es el más
olvidado, del que creemos que podemos prescindir. Sin embargo, no hay nada
mejor que unas buenas narices para percibir la realidad de manera más clara. De
los cinco sentidos, el olfato es el que más recuerdos evoca. Está comprobado
que es el que genera más memoria. Ni la más bella de las canciones, ni la
imagen más hermosa puede competir con las sensaciones que nos provoca un olor.
¿Quién no ha estado a cientos de
kilómetros de casa y ha identificado el olor de las sábanas de casa en la ropa
de cama de un hotel o en el jersey que alguien te ha prestado? Inmediatamente
tu mente genera infinidad de recuerdos alrededor de ese olor. Una suave ráfaga
de aire es suficiente para que cualquier persona sienta y comience a recordar
experiencias pasadas, sin ni siquiera ser consciente de ello. Como una especie
de publicidad subliminal que nos embarga generando sentimientos y recuerdos por
doquier.
Una vez alguien me dijo que
reconocería mi olor en cualquier parte, en cualquier prenda, pasaran los años
que pasaran y hubiera el espacio que hubiera entre ambos. La verdad es que
entonces no llegué a comprender lo importantes que habían sido esas palabras
para quien las pronunció. Ahora sí. El olor se ha convertido en algo vital en
mi vida y las sensaciones que me evoca supongo que son las que me hacen dar
sentido a muchas de las cosas que me pasan., a entender mejor el mundo que me
rodea y a generar, olor a olor, el archipiélago de sinceridad en el que quiero
vivir.
De manera inconsciente, mi nariz
busca la fragancia de las personas. He aprendido a entender que no siempre
existe. Hay gente sin olor o simplemente su fragancia está vetada para nuestras
pituitarias. Sin embargo, de encontrarla, de saber olerla, ese olor puede ser
la mayor cadena que te ate a una persona. Me sigue pareciendo increíble como el
viento trae a veces esencias conocidas y te hace sentir a sus dueños tan cerca,
como si te acariciaran para que sepas que están ahí siempre contigo.
Esta mañana, ayudando a mi padre
a guardar parte de sus trajes, me he sorprendido con los ojos cerrados abrazada
a una de sus chaquetas. Su olor, ese que reconocería en cualquier parte, es sin
duda uno de las fragancias más especiales de mi mundo. Imposible de explicar sus
matices pero que si pudiera metería en frascos para impregnar el mundo que él
todavía no ha visto con su esencia. Es el olor que se ha convertido en mi casa.
Lo bonito de este mundo, lo más
especial de ese sentido olvidado, es que fuera de casa, lejos de papá, también te
permite encontrar otros olores que se quedan impregnados en tu piel. Lo hacen
sin remedio y sin que apenas te des cuenta. Se camuflan entre tu esencia y un día
te sorprendes inspirando fuerte para evocar su presencia. Es el olor de las
personas que te hacen sentir como en casa… aunque no estés en casa.