lunes, 9 de septiembre de 2013

El olor



Puede parecer que es el más olvidado, del que creemos que podemos prescindir. Sin embargo, no hay nada mejor que unas buenas narices para percibir la realidad de manera más clara. De los cinco sentidos, el olfato es el que más recuerdos evoca. Está comprobado que es el que genera más memoria. Ni la más bella de las canciones, ni la imagen más hermosa puede competir con las sensaciones que nos provoca un olor.

¿Quién no ha estado a cientos de kilómetros de casa y ha identificado el olor de las sábanas de casa en la ropa de cama de un hotel o en el jersey que alguien te ha prestado? Inmediatamente tu mente genera infinidad de recuerdos alrededor de ese olor. Una suave ráfaga de aire es suficiente para que cualquier persona sienta y comience a recordar experiencias pasadas, sin ni siquiera ser consciente de ello. Como una especie de publicidad subliminal que nos embarga generando sentimientos y recuerdos por doquier.

Una vez alguien me dijo que reconocería mi olor en cualquier parte, en cualquier prenda, pasaran los años que pasaran y hubiera el espacio que hubiera entre ambos. La verdad es que entonces no llegué a comprender lo importantes que habían sido esas palabras para quien las pronunció. Ahora sí. El olor se ha convertido en algo vital en mi vida y las sensaciones que me evoca supongo que son las que me hacen dar sentido a muchas de las cosas que me pasan., a entender mejor el mundo que me rodea y a generar, olor a olor, el archipiélago de sinceridad en el que quiero vivir.

De manera inconsciente, mi nariz busca la fragancia de las personas. He aprendido a entender que no siempre existe. Hay gente sin olor o simplemente su fragancia está vetada para nuestras pituitarias. Sin embargo, de encontrarla, de saber olerla, ese olor puede ser la mayor cadena que te ate a una persona. Me sigue pareciendo increíble como el viento trae a veces esencias conocidas y te hace sentir a sus dueños tan cerca, como si te acariciaran para que sepas que están ahí siempre contigo.

Esta mañana, ayudando a mi padre a guardar parte de sus trajes, me he sorprendido con los ojos cerrados abrazada a una de sus chaquetas. Su olor, ese que reconocería en cualquier parte, es sin duda uno de las fragancias más especiales de mi mundo. Imposible de explicar sus matices pero que si pudiera metería en frascos para impregnar el mundo que él todavía no ha visto con su esencia. Es el olor que se ha convertido en mi casa.

Lo bonito de este mundo, lo más especial de ese sentido olvidado, es que fuera de casa, lejos de papá, también te permite encontrar otros olores que se quedan impregnados en tu piel. Lo hacen sin remedio y sin que apenas te des cuenta. Se camuflan entre tu esencia y un día te sorprendes inspirando fuerte para evocar su presencia. Es el olor de las personas que te hacen sentir como en casa… aunque no estés en casa.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Consejo de sabias: funciones



Se podría decir que 2013 no está siendo el mejor de los años. No lo digo en plan pesimista, todo lo contrario. Prefiero decir que no es el mejor de los años antes que contar que está siendo el peor en mucho tiempo. Y lo digo de verdad, porque lo que estoy aprendiendo durante los últimos meses son ese tipo de cosas que te hacen entender un poco mejor este mundo, a saber comprender o lidiar con el ser humano de una manera más efectiva o conocer un poco más cómo se gana a un juego del que a veces tengo la impresión que aprenderé a jugar como un profesional el día que no me queden fichas.

2013 está siendo el año en el que mejor me estoy conociendo. O mejor dicho, el año que mejor estoy conviviendo conmigo siendo consciente de cómo soy, asumiendo y actuando en consecuencia con ello. Dejando de lado esa pésima costumbre de hacer las cosas para no herir, enfadar o dejar de complacer al resto. Tener fe y confianza ciega es un lujo que algunos ya no nos podemos permitir.

El otro día tuve sesión del consejo de sabias. Así es como tres de mis mejores apoyos y yo hemos bautizado a las reuniones de amigas que tenemos cada ciertos meses (en los que Melilla se acerca un poco más a Madrid). Son una especie de divertida terapia de grupo donde el resto te tira de los pelos para arrastrarte fuera de tu círculo de estabilidad y que veas las cosas con perspectiva (o desde otro ángulo) para ser así más consciente de tu realidad.

En mi afán por seguir aprendiendo y conociéndome más, la lección del último consejo fue clara: las personas entran en tu vida con una función. Cuando la cumplen, salen de ella. Hay funciones que duran toda una vida y otras que solo unos meses. Algunas, apenas días. Es la explicación que una de las sabias daba al hecho de que gente que una vez fue imprescindible en tu vida, de repente, sale de ella.

Inevitablemente cuando me volvía a casa me puse a pensar en las funciones de las personas importantes en mi vida y en las funciones que tuvieron aquellos que un día dejaron de estar. Me di cuenta que la reflexión de aquella mujer sabia era cierta. Yo soy lo que soy, para bien y mal, por la influencia de esas funciones.

Y no puede evitar pensar en cuál ha sido tu función en mi vida. Inevitable también es entender cuál ha sido mi rol en la tuya ahora que me gustaría saber cómo se rellenan los relojes de arena para que los granos no dejen de caer nunca.

Llegué a casa y me puse el reloj de pulsera. Tengo claras ambas funciones, y he tardado mucho menos tiempo en responder a una de ellas. Lo curioso es que es en la que menos me lo esperaba.