sábado, 27 de abril de 2013

Intimidad, ¡qué bonito nombre tienes!



Tras años a uno de los lados de la noticia, de aquel del que la narra, me vi esta semana del otro lado. De manera involuntaria me convertí en cierto modo, y muy a mi pesar, en la protagonista o coprotagonista de una historia de la que nunca me hubiera gustado formar parte y que, no sé por qué extraña razón, todavía se me mantiene en ella haciéndome muy difícil el pasar página y seguir mi camino.

Una decena de llamadas a la espera de ser respondidas en el registro de mi teléfono, me hicieron intuir que algo había pasado. Desde Torrejón, Coslada y San Fernando, al otro lado del auricular, se me anunciaba que un medio de comunicación de la capital alcarreña acababa de publicar una noticia en la que, pormenorizadamente, se daba buena cuenta de cuál era mi situación económica actual tras pasar a engrosar un número más en las listas del desempleo.

Quiero matizar que, más allá de informar de mi despido a la gente con la que había trabajado en estos municipios, intenté preservar mi intimidad en ese aspecto, entendiendo que determinadas cuestiones pertenecen al ámbito de mi vida privada del que YO decido a quién hago partícipe.

Sin dar nombres, pero de manera milimétrica, todo el que leyó la información, y supo que me habían despedido el pasado 5 de abril, se enteró exhaustivamente de las condiciones en las que lo había hecho. El medio aseguraba que daba voz a los datos ofrecidos por la Asociación de la Prensa de Madrid a través de una nota de prensa.

Que nadie me entienda mal. Soy periodista y sé que hay que informar de las cosas que pasan, siendo ya el baremo impuesto por cada uno el que decide qué es o no noticia, qué es o no publicable. Lo que se dice en dicho medio es cierto. Sin embargo, no me pongo del lado de la empresa de la que se habla ni del medio que reproduce la noticia, ni siquiera de la persona que haya filtrado esa información o de la Asociación de la Prensa. Respetando las razones de cada uno, me mantengo al margen de un cruce de afirmaciones que, sinceramente, nada van a cambiar hoy por hoy mi ya de por sí difícil situación personal.

Lo que me indigna es qué ocurre con el respeto hacia mí, hacia esa mi ‘difícil situación’ y, sobre todo, y por encima de todo, hacia mi intimidad, mi vida privada y el derecho que tengo a que se sepa o no de mis circunstancias. Me cuesta todavía encontrar los motivos por los que gente que hasta ahora simplemente sabía de mi despido, sepa una vez leída esta información cuándo voy a comenzar a cobrar mis atrasos e indemnización y la manera en la que me abonaré dicha cuantía.

Lo que sí sé es que tengo la sensación de que mi derecho a salvaguardar mi intimidad se ha esfumado de la misma manera que me quedé sin empleo. Fui privada de ambos sin querer y por decisión ajena. Y lo peor de todo es que creo que no seré partícipe de la finalidad de todo ello.

sábado, 20 de abril de 2013

Tócala otra vez

"La mujer y la guitarra, para tocarlas, hay que templarlas"


La mujer es como una guitarra. Hay que tocarla para que suene. No todo el mundo es bueno con los instrumentos, ni mucho menos con los de cuerda. Esas, las cuerdas, hay que saber tocarlas con suavidad.

Sin embargo, la guitarra hay que sostenerla con fuerza para que no se caiga, separada lo suficiente del cuerpo pero sirviéndola de apoyo en su extensión. Porque la guitarra no es más que un ser inerte sin unas manos que la hagan sonar.

No todas las guitarras son iguales. Las hay más grandes, más pequeñas, clásicas, modernas, de colores, eléctricas, españolas… En todas, con una mano, con esa suavidad y firmeza que hemos dicho antes, hay que saber colocar los dedos en el lugar correcto, encima de la cuerda exacta y en la posición idónea, para arrancar la nota perfecta.

Con la otra, dejar más espacio, acariciar en su extensión, de arriba abajo, todas las cuerdas, para extraer de ellas los matices que la hagan sonar al gusto.

Dependiendo de la habilidad de las manos que la toquen, la guitarra, que recordemos siempre generará música, sonará mejor a oídos del artista que la quiere hace sonar.

Si la melodía no es del gusto de éste, siempre es factible pensar que la guitarra está desafinada. Sin embargo, eso, afinarla, que a nadie se le olvide, también es ocupación del que pretende hacer sonar este instrumento. El problema, quizá, es que músicos hay pocos. Manazas, muchos. 








jueves, 18 de abril de 2013

El tamaño sí importa


Tras unas semanas sin parar por aquí, llegó la hora de volver a disparar en este diario digital. Y qué mejor manera de hacerlo que poniendo letras a mi realidad. Estoy en PARO. Hay que fastidiarse cómo cuatro letras pueden entrar en la vida de alguien como un tsunami y provocar el caos, que también tiene cuatro letras. Es curioso la relación directamente proporcional entre la brevedad de algunos términos y su importancia y contundencia: vida, amor, odio, fe…  Cuanto más pequeña es la palabra, más jode.

Mi vida laboral se quedó en pause el pasado 5 de abril y todavía estoy haciéndome a la idea de que tengo que comenzar de cero. Ahora es cuando hay que decir eso de que no pasa nada, que será algo temporal, que estoy llena de energía y fuerza para seguir adelante. En el fondo es así, solo que tengo que aprender a que ese fondo sea permanente y no algo temporal. Esto saldrá adelante, y yo saldré del pause,  en el momento que consiga pasar cuatro días seguidos pensando que es posible sin un momento de bajón, de plantearme si quizá ha terminado una etapa de mi vida y ya nada será igual.

Eso es lo complicado. Sobre todo porque tampoco sé si quiero que todo sea igual. Quizá llegó la hora de demostrarme que soy capaz de abrir nuevos caminos, de hacer cosas nuevas, aunque no sepa realmente ni qué caminos ni cuáles son esas cosas. No sé realmente qué leches quiero. Estoy hecha un lío… Mira, lío, otra palabra corta que suele dar por saco.  

lunes, 1 de abril de 2013

Lecciones

Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia.

La frase no es mía. Adolf Hitler la dijo en sus últimos años dejando patente que como orador no tenía precio, mal que le pese a muchos. Décadas después me temo que vamos a tener que darle la razón porque, a pesar de él, y entre otras muchas cuestiones, ni hemos aprendido a hacer la paz en lugar de la guerra, ni a dejar de discriminar por razón de sexo, nación o religión ni a no imponer ideas a golpe de ‘dictadura’ o, simplemente, a golpes.

El ser humano es un animal -cada vez creo que mucho más animal que alguno de cuatro patas- de costumbres. Como tal, repite de manera crónica errores y acciones contra del prójimo y uno mismo sin aprender de su historia. Tanto unas como otras tienen una carga de fascismo, soberbia y, cuanto menos, mala idea

En cuanto a las primeras, intentamos de manera vehemente imponer nuestros pensamientos al resto, hacerles andar por el (nuestro) cauce correcto, infiriendo decisiones a su (nuestro) antojo aunque ellos piensen lo contrario.

Con nuestra realidad somos peores todavía. Nos cuesta demasiado admitir errores o, mejor dicho, cambiar nuestras pautas para evitar los mismos resultados. “La profesora me ha suspendido”, “mi novio me ha dejado”, “me han echado la bronca en el trabajo pero la culpa es de aquel compañero que…” . Todos alguna vez hemos dicho frases de este estilo como excusa para no reconocer un error propio y aprender. Quien diga que no, miente

Es mucho más cómodo para el intelecto pensar, y creer ciegamente, que fueron las circunstancias las que provocaron que algo nos saliera mal y no que nuestras incorrectas acciones son las que nos alejaron de nuestro propósito. Repetimos constantemente las pautas de nuestra historia esperando que éstas den lecciones al mundo de la grandeza de nuestros cojones y perfección, sin querer reconocer que la realidad nos suspende cada día y nos pone a todos en nuestro sitio.

Quizá Hitler se equivocaba. Aprender, aprendemos. Lo que ocurre es que somos demasiado dictadores como para aplicar la lección.