El párroco de Churra enseñó y se tocó la chorra. Además, jugó
y babeó la del prójimo. La Iglesia Católica
vuelve a demostrar que sus empleados son un churro. Todo presuntamente, claro.
Quizá se pudiera resumir así la rocambolesca historia del
padre Francisco Javier Ruiz. Y es que el párroco de esta pedanía de Murcia, muy
a su pesar, ya no se elevará a los altares junto a Jesucristo, sino que la
elevación de su miembro viril a lo único que le ha encumbrado es a lo más alto
de la red social Twitter. Supongo que el hecho de que su vídeo practicando sexo
oral con un joven se haya convertido en trending topic no es lo que él entendía
por llegar a lo más alto… o sí, si su partenaire se esmeró bastante con los
trabajos orales y le abrió las puertas del cielo.
Al margen de la sorna, con todo mi respeto hacia los
católicos y teniendo en cuenta que cabe la posibilidad de que una imagen no
valga más que mil palabras y todo sea falso como dice el cura, lo cierto es que
los representantes de Dios en la tierra no se esmeran mucho en aquello de
predicar con el ejemplo. Tal y como recogen los medios de comunicación murcianos, los vecinos de Churra aseguran que Francisco Javier era muy estricto con determinadas conductas. Consideraba pecadores a los que tenían pareja pero no vivían casados, se negó al parecer a dar la confirmación a una joven que defendió a un amigo gay e, incluso, no quiso dar a una niña la comunión
al estar sus padres separados. Entendía que eso no era de ser buen cristiano. Claro, la nena no puede recibir la
hostia, sagrada entiéndanme, pero los hombres de Dios puede vivir de la hostia a
costa de una institución de la cual algunos no predican mientras los bajos se
los lava entre matorrales una persona de su mismo sexo. Será por ahorrar agua y energía, como las duchas frías de Cañete.
Escasa coherencia, bajeza, maldad y un sinfín de
calificativos más es lo que se me viene a la cabeza al recordar también a otro
que dice ser siervo del Señor, otra muestra más de la hipocresía con la cual la
jerarquía católica sigue manejando realidades como la homosexualidad. Keith O´Brien,
cardenal escocés llamado a formar parte del cónclave que eligió al Papa
Francisco I (finalmente no acudió), se convirtió con sus afirmaciones en azote
de la comunidad homosexual.
En agosto pasado, poco después del anuncio del Gobierno
escocés de que impulsaría una ley de matrimonio homosexual, O´Brien redactó una
carta que fue leída en todas las parroquias católicas de Escocia. “La enseñanza
de la iglesia sobre el matrimonio es inequívoca, es únicamente la unión de un
hombre y una mujer, y está mal que los gobiernos, los políticos o los
parlamentos traten de alterar o destruir esta realidad”, rezaba la misma.
Anteriormente, la mera posibilidad de que saliera adelante
el proyecto político de que dos personas del mismo sexo se casaran, había sido
calificado por este individuo como “locura” y “subversión grotesca de un
derecho humano aceptado universalmente”. Se está intentando “reescribir la
naturaleza”, aseveró.
Pues bien. Hace pocas semanas la
Santa Sede hacía público en un breve comunicado
la “conducta sexual inapropiada” por parte de O´Brien hacia otros jóvenes
sacerdotes. Dichos clérigos ya han comenzado una “renovación espiritual,
oración y penitencia” por sus actos.
Ante tales afirmaciones, y sin hacer juicios de valor -creo
que no hace falta-, solo tengo dos cosas que aportar. La primera es que cada vez
adquiere más sentido aquel refrán de “a Dios rogando y con el mazo dando” (en
este contexto quizá el mazo no es con lo que daban). Lo segundo es una
pregunta. ¿Sería el mazo de un joven clérigo lo que impidió a O´Brien acudir al
cónclave papal?