Se podría decir que 2013 no está
siendo el mejor de los años. No lo digo en plan pesimista, todo lo contrario. Prefiero
decir que no es el mejor de los años antes que contar que está siendo el peor
en mucho tiempo. Y lo digo de verdad, porque lo que estoy aprendiendo durante
los últimos meses son ese tipo de cosas que te hacen entender un poco mejor
este mundo, a saber comprender o lidiar con el ser humano de una manera más
efectiva o conocer un poco más cómo se gana a un juego del que a veces tengo la
impresión que aprenderé a jugar como un profesional el día que no me queden
fichas.
2013 está siendo el año en el que
mejor me estoy conociendo. O mejor dicho, el año que mejor estoy conviviendo
conmigo siendo consciente de cómo soy, asumiendo y actuando en consecuencia con
ello. Dejando de lado esa pésima costumbre de hacer las cosas para no herir,
enfadar o dejar de complacer al resto. Tener fe y confianza ciega es un lujo
que algunos ya no nos podemos permitir.
El otro día tuve sesión del
consejo de sabias. Así es como tres de mis mejores apoyos y yo hemos bautizado
a las reuniones de amigas que tenemos cada ciertos meses (en los que Melilla se
acerca un poco más a Madrid). Son una especie de divertida terapia de grupo donde
el resto te tira de los pelos para arrastrarte fuera de tu círculo de estabilidad
y que veas las cosas con perspectiva (o desde otro ángulo) para ser así más
consciente de tu realidad.
En mi afán por seguir aprendiendo
y conociéndome más, la lección del último consejo fue clara: las personas
entran en tu vida con una función. Cuando la cumplen, salen de ella. Hay
funciones que duran toda una vida y otras que solo unos meses. Algunas, apenas
días. Es la explicación que una de las sabias daba al hecho de que gente que una
vez fue imprescindible en tu vida, de repente, sale de ella.
Inevitablemente cuando me volvía
a casa me puse a pensar en las funciones de las personas importantes en mi vida
y en las funciones que tuvieron aquellos que un día dejaron de estar. Me di
cuenta que la reflexión de aquella mujer sabia era cierta. Yo soy lo que soy,
para bien y mal, por la influencia de esas funciones.
Y no puede evitar pensar
en cuál ha sido tu función en mi vida. Inevitable también es entender cuál ha
sido mi rol en la tuya ahora que me gustaría saber cómo se rellenan los
relojes de arena para que los granos no dejen de caer nunca.
Llegué a casa y me puse el reloj de pulsera. Tengo claras ambas funciones, y he tardado mucho menos tiempo
en responder a una de ellas. Lo curioso es que es en la que menos me lo
esperaba.
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