viernes, 5 de septiembre de 2014

Cobarde

En la Real Academia de la Lengua aparece junto a la palabra cobarde la siguiente definición: Pusilánime, sin valor ni espíritu. Hecho con cobardía.

Hoy alguien me dijo que yo soy cobarde. Yo pregunté, pedí sinceridad, y ante mi pregunta de si soy una cobarde, la respuesta fue sí.

Es curioso cómo aquellas respuestas que ya sabes que vas a recibir, se te cuelan dentro. Se adosan entre los músculos y la piel y te recorren por dentro como una descarga eléctrica. Una electricidad que se conecta con otros órganos del cuerpo de manera inmediata provocando acciones previsibles.  Son las obviedades de un cuerpo humano tan complejo como extraordinario.

¿Soy una cobarde? Supongo que sí si esa es la imagen que el resto ve de mí. Si ve falta de recursos para enfrentarme a según qué situaciones o si no tomo las decisiones que supuestamente debería tomar.

Sin embargo, la cobardía o mejor dicho, la valentía es excesivamente complicada de gestionar cuando choca con el mayor de los vínculos que nos da la condición humana. Ese que te hace estar unido a alguien por siempre, para siempre, pase lo que pase, quieras o no. Esa relación que se crea al nacer y que ya es imposible de romper. El vínculo de la sangre. Y éste se mantiene por siempre, con la misma intensidad, tanto de arriba abajo como de abajo arriba.

¿Es la valentía/cobardía compatible con ese vínculo máximo? Lo que es indudable es que es complicado tomar según qué decisiones cuando lo que está en juego no solo eres tú, sino algo que está por encima de todo lo demás. La sangre, quien te la dio y la renuncia a ello, con las consecuencias que conlleve y el dolor que genere todo eso. 

Sí, soy una cobarde. Pero a veces es complicado dejar de serlo. 


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