Hoy es uno de esos días en los que, aún sabiendo que estás
cometiendo un error en la forma, el fondo te dice que hay cosas que es
necesario hacer. Sin embargo, no puedo evitar acordarme de aquella canción de Mecano que decía eso de “me cuesta
un rato hacer las cosas sin querer”.
Hoy es uno de esos días. O quizá fue ayer o hace tres
semanas, o un mes. Un día te das cuenta de que la situación que estás viviendo
no te hace feliz. Que al dar una negativa tomaste una decisión que lo único
que te ha devuelto es la sombra de lo que un día creíste conocer y una
decepción tan grande que hacen que la
bofetada de realidad sea tan enorme que tengas que volver a leer la acepción de
egoísmo en el diccionario para poner nombre al asunto.
Así, te das cuenta de que se te han acabado los reversos de
tanto darle la vuelta a la piel y que las ideas, quizá por el cansancio, ya no
salen a borbotones para poner solución a una situación que cae por su propio
peso.
Mi error, -que sé que he cometido muchos, especialmente en
los últimos días cuando la rabia no me ha dejado actuar con la templanza que me
hubiera gustado-, es moverme por los tiempos que siempre
marcaron los demás: por sus horarios, sus normas, sus necesidades, sus circunstancias, sus malos
días… Poco a poco, ves cómo vas postergando tus necesidades, tus circunstancias
y tus malos días, haciéndose una bola enorme y cayendo en una autogestión que a veces se convierte en una
montaña difícil de escalar con dos manos y dos pies.
Cada uno somos como somos. Hay gente que no quiere ayuda en
los malos momentos (respeto); personas a las que no se puede ayudar
(admiración); y hay otros (mea culpa)
que sí necesitamos en momentos complicados una palabra de aliento. Solo eso. Me
hubiera bastado con una. Pero mi negativa a continuar un sinsentido creo que me ha
salido demasiado cara.
La vida nos enseña que no siempre se puede tener esa palabra
de aliento, al menos si no hay nada a cambio, ni siquiera aunque se pida por favor. Lo que duele es que esa palabra de aliento (que no de ayuda) no venga de un amigo. Y lo más triste es que ya no espero que llegue. Por
eso un día te levantas, te miras al espejo y te ayudas preguntándote “¿qué
necesitas?”.
Apagué la luz. Salí de la habitación. Y aquí estoy quemando
una biblioteca más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario