domingo, 17 de noviembre de 2013

Tu boca

Tu boca
que viene como de la selva.
Tu sangre
que corre por mis venas.
Un castigo,
la memoria de tus caderas.
El letargo
de tu cara en el espejo.
Tu luz
como un veneno de diseño
.
La manera de pensarte en tu ausencia.
Las razones para odiarte si me dejas.
Los motivos de una o dos huidas breves.
Damien Rice gritando "qué coño quieres".

Un amor que lo es
porque nunca va a ser,
porque ya fue todo
como ya fue todo.

El desconsuelo de no creer y no querer creer.
La libertad de equivocarse uno mismo.
Un andén cosido a navajazos en tu prosa,
esa noche en blanco y negro, bossa.

Como tu piel.
Y mi piel.
En blanco y negro.

Tu ausencia
la que alivia y espina.
Tu espalda
que acabó en muerte súbita.
Un plato del revés contigo dentro.

Te regalo el hueco de mi abrazo.
Tu amor 
trabajando en las esquinas,
la espera de tu tren con retraso.

Siempre amé
esta vida hecha pedazos.

Un amor.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Futuro presente

No soy mujer de futuros lejanos. No me planteo dónde me veré dentro de diez años. He dejado de pensar incluso en qué será de mí de aquí a un mes. Asimilo y digiero el presente a mi manera. Pienso en hoy. Y hoy tengo claro que todos debemos aprender a pedir perdón. 

Sobre todo, a nosotros mismos.


lunes, 28 de octubre de 2013

Fría

Las palabras resonaron al otro lado del teléfono y un ruido de cristales rotos enmudeció la estancia a este otro. Era la explicación para poder entender el porqué de tantas cosas, de tantas elecciones, de tantas razones inconexas. Todo encajó como un puzzle, un puzzle sin sentido pero por fin resuelto.

Hay cosas con las que nunca podré competir. Ni quiero hacerlo. Lo frío  nunca ha ido conmigo. Ojalá me convirtiera en adalid de este término, en escudero de las cosas que se hacen con cabeza. Pero yo pienso con el hígado, hago lo que me sale de las tripas. Soy así. No sé hacer las cosas sin demostrar si me duelen o si no, si siento o no. Y me equivoco. Muy a menudo. Pero esa equivocación es, si es posible, menos dolorosa cuando uno sabe que actuó desde su raíz.

No obstante, una cosa no es excluyente de la otra y sí tengo cabeza. Quizá no para medir las consecuencias de mis actos pero sí para saber las causas de los mismos y los estragos que puedan ocasionar. Por eso sufro, y siento, y me considero peor persona de lo que dice la gente que soy.  Y me miro y no me reconozco, y me trago mis propias palabras para digerir un yo que no me gusta tanto e intentar escupirlo cada mañana a modo de purga.

Hay cosas con las que no puedo competir. No quiero competir. Aunque sabría cómo hacerlo. Sería tan sencillo como dejar de ser yo e imitar los comportamientos que estoy cansada de ver a mi alrededor. Bastaría callar las cosas que me duelen, dejar correr los comentarios incisivos, dejar, simplemente,  de querer.

Sería suficiente con calcular al detalle cada uno de mis movimientos para conseguir cualquier reacción que quiera. Se llama manipulación y a mi edad es obligatorio saber usarla, aunque la madurez también te otorga la virtud de decidir cuándo hacerlo.


Por su frialdad. Por su cabeza. Eso fue lo que sonó al otro lado del teléfono.... Y mis tripas volvieron a colocarse sobre cualquiera de mis órganos vitales. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

El olor



Puede parecer que es el más olvidado, del que creemos que podemos prescindir. Sin embargo, no hay nada mejor que unas buenas narices para percibir la realidad de manera más clara. De los cinco sentidos, el olfato es el que más recuerdos evoca. Está comprobado que es el que genera más memoria. Ni la más bella de las canciones, ni la imagen más hermosa puede competir con las sensaciones que nos provoca un olor.

¿Quién no ha estado a cientos de kilómetros de casa y ha identificado el olor de las sábanas de casa en la ropa de cama de un hotel o en el jersey que alguien te ha prestado? Inmediatamente tu mente genera infinidad de recuerdos alrededor de ese olor. Una suave ráfaga de aire es suficiente para que cualquier persona sienta y comience a recordar experiencias pasadas, sin ni siquiera ser consciente de ello. Como una especie de publicidad subliminal que nos embarga generando sentimientos y recuerdos por doquier.

Una vez alguien me dijo que reconocería mi olor en cualquier parte, en cualquier prenda, pasaran los años que pasaran y hubiera el espacio que hubiera entre ambos. La verdad es que entonces no llegué a comprender lo importantes que habían sido esas palabras para quien las pronunció. Ahora sí. El olor se ha convertido en algo vital en mi vida y las sensaciones que me evoca supongo que son las que me hacen dar sentido a muchas de las cosas que me pasan., a entender mejor el mundo que me rodea y a generar, olor a olor, el archipiélago de sinceridad en el que quiero vivir.

De manera inconsciente, mi nariz busca la fragancia de las personas. He aprendido a entender que no siempre existe. Hay gente sin olor o simplemente su fragancia está vetada para nuestras pituitarias. Sin embargo, de encontrarla, de saber olerla, ese olor puede ser la mayor cadena que te ate a una persona. Me sigue pareciendo increíble como el viento trae a veces esencias conocidas y te hace sentir a sus dueños tan cerca, como si te acariciaran para que sepas que están ahí siempre contigo.

Esta mañana, ayudando a mi padre a guardar parte de sus trajes, me he sorprendido con los ojos cerrados abrazada a una de sus chaquetas. Su olor, ese que reconocería en cualquier parte, es sin duda uno de las fragancias más especiales de mi mundo. Imposible de explicar sus matices pero que si pudiera metería en frascos para impregnar el mundo que él todavía no ha visto con su esencia. Es el olor que se ha convertido en mi casa.

Lo bonito de este mundo, lo más especial de ese sentido olvidado, es que fuera de casa, lejos de papá, también te permite encontrar otros olores que se quedan impregnados en tu piel. Lo hacen sin remedio y sin que apenas te des cuenta. Se camuflan entre tu esencia y un día te sorprendes inspirando fuerte para evocar su presencia. Es el olor de las personas que te hacen sentir como en casa… aunque no estés en casa.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Consejo de sabias: funciones



Se podría decir que 2013 no está siendo el mejor de los años. No lo digo en plan pesimista, todo lo contrario. Prefiero decir que no es el mejor de los años antes que contar que está siendo el peor en mucho tiempo. Y lo digo de verdad, porque lo que estoy aprendiendo durante los últimos meses son ese tipo de cosas que te hacen entender un poco mejor este mundo, a saber comprender o lidiar con el ser humano de una manera más efectiva o conocer un poco más cómo se gana a un juego del que a veces tengo la impresión que aprenderé a jugar como un profesional el día que no me queden fichas.

2013 está siendo el año en el que mejor me estoy conociendo. O mejor dicho, el año que mejor estoy conviviendo conmigo siendo consciente de cómo soy, asumiendo y actuando en consecuencia con ello. Dejando de lado esa pésima costumbre de hacer las cosas para no herir, enfadar o dejar de complacer al resto. Tener fe y confianza ciega es un lujo que algunos ya no nos podemos permitir.

El otro día tuve sesión del consejo de sabias. Así es como tres de mis mejores apoyos y yo hemos bautizado a las reuniones de amigas que tenemos cada ciertos meses (en los que Melilla se acerca un poco más a Madrid). Son una especie de divertida terapia de grupo donde el resto te tira de los pelos para arrastrarte fuera de tu círculo de estabilidad y que veas las cosas con perspectiva (o desde otro ángulo) para ser así más consciente de tu realidad.

En mi afán por seguir aprendiendo y conociéndome más, la lección del último consejo fue clara: las personas entran en tu vida con una función. Cuando la cumplen, salen de ella. Hay funciones que duran toda una vida y otras que solo unos meses. Algunas, apenas días. Es la explicación que una de las sabias daba al hecho de que gente que una vez fue imprescindible en tu vida, de repente, sale de ella.

Inevitablemente cuando me volvía a casa me puse a pensar en las funciones de las personas importantes en mi vida y en las funciones que tuvieron aquellos que un día dejaron de estar. Me di cuenta que la reflexión de aquella mujer sabia era cierta. Yo soy lo que soy, para bien y mal, por la influencia de esas funciones.

Y no puede evitar pensar en cuál ha sido tu función en mi vida. Inevitable también es entender cuál ha sido mi rol en la tuya ahora que me gustaría saber cómo se rellenan los relojes de arena para que los granos no dejen de caer nunca.

Llegué a casa y me puse el reloj de pulsera. Tengo claras ambas funciones, y he tardado mucho menos tiempo en responder a una de ellas. Lo curioso es que es en la que menos me lo esperaba.

lunes, 26 de agosto de 2013

Sin título

Yo nunca te dije que no
y a ti siempre te faltó un sí en los labios.
El quizá no entraba en tu vocabulario
Y el tal vez comenzó a esfumarse del mío.

Aún así, yo que en principio no tenía nada que ofrecer,
sacudí  el mundo para que entrara aire fresco.
Pero en el tuyo, no había espacio para mi nada.

Así que barrí las migas del pudo haber sido
deshice los vínculos que nunca existieron
mientras las escaleras a ‘casa’,
aquellas con un reflejo al fondo,
perdieron los cimientos,

se desvanecieron sus escalones.

viernes, 26 de julio de 2013

Basilio



Basilio tiene 21 años. El miércoles conoció a Lucía, de once. Estaba entre el amasijo de hierro del tren Alvia que se accidentó en Galicia. Él, vecino de Angrois. Ella, procedente de Madrid. Posiblemente nunca se hubieran cruzado en esta vida. No tenían nada en común.

El jueves Basilio pedía la ayuda de los medios de comunicación desplazados a la zona para encontrar a la menor que había rescatado en las vías. Fue solo una más de las decenas de personas que este joven gallego ayudó a salvar el miércoles. No lo dudó ni un segundo y corrió más de un kilómetro al enterarse de lo ocurrido para echarse a las vías y, jugándose la vida, salvar la de desconocidos.

Esta mañana, en un programa de televisión, los periodistas aplaudían a este héroe anónimo y alababan su valentía. “No quiero que me llamen valiente”, decía con lágrimas en los ojos asegurando sentirse mal porque le den la enhorabuena por algo que “haría mil veces y todos hubiéramos hecho”.

Todos quizá no Basilio. La palabra valiente es un apellido que no todos pueden llevar. Sin embargo, tu actitud nos reconcilia a más de uno con el ser humano después de que en esta sociedad el olor a podrido lo inunde todo. Acostumbrados a convivir con seres capaces de pisar la cabeza de su madre con tal de prosperar y seguir escalando, con individuos que venden su dignidad, su palabra y su honor por un fajo de billetes, aun parece que queda la esperanza de que existe gente que merece la pena en este mundo.

Y, en medio de la grandeza del ser humano representado en un joven, uno hace ejercicio de introspección y se da cuenta de lo gilipollas que puede llegar a ser una y otra vez. Yo misma en las últimas semanas, aunque a veces creo que esto amenaza con convertirse en un estado permanente de imbecilidad que me va a costar más de un disgusto. Me he dado cuenta del daño que me he hecho yo sola, de lo poco que he sabido valorar las cosas y la gente que tengo o la excesiva importancia que le he dado a cosas que no la tienen. Me he percatado de que mientras me miraba el ombligo he descuidado lo que no debía y además no he sabido ponerme en la piel de otras personas. ¿Me habría tirado a las vías para salvar a la gente? Quizá las dudas de una posible cobardía emocional den la respuesta.  

Basilio, creí que había perdido la confianza en todo. “Confiar no sirve de nada en esta vida” he repetido demasiadas veces estos días. Quizá me he confundido y merece la pena confiar en algunas personas. También en uno mismo para saber que va a seguir luchando por las cosas que le importan aunque parezca que ya es el único en hacerlo. Dar lo poco que se tiene es suficiente, si se da de verdad. La clave está en dejar de dudar. A veces puede ‘salvar’ una vida, y no solo de las vías del tren.