viernes, 26 de septiembre de 2014

Hasta siempre

Un pasillo con el suelo de terrazo en color gris. Un salón al fondo. Un sofá de cuero rojo. La abuela cambiando el canal de la tele. Tú hablando de tu Atleti.

Un parque. El de Pradolongo. Un banco. Unas pipas de calabaza. Un balón de fútbol. Tu inconfundible forma de llamarme 'niña'.

Un restaurante. Una comida familiar. Primos, tíos, nietos... Risas y lágrimas de emoción de estar todos juntos. Tú siempre, tan fuerte y tan frágil. Tan duro y tan sensible. Tan tierno... tan tierno.

Es curioso como la muerte devuelve a la vida recuerdos olvidados. Como si de un resorte se tratase, saltan a la cabeza imágenes, palabras y olores al mismo tiempo que se cierra la tapa de un ataúd.

Hoy es uno de esos días en los que te arrepientes de no haber estado más, de no haber aprovechado más cada momento, de haber permitido que la vida a veces solo nos conectara por teléfono.

Hoy te echo de menos. Echo de menos cogerte la mano, escuchar la crónica del partido del Atleti contigo. Ese Atleti que ahora siempre gana, no como cuando ibas al Calderón. Echo de menos que te metas conmigo mientras huele al bizcocho de la tía en la cocina. Echo de menos como, aun estando destrozado por dentro, siempre sacabas el lado positivo de la vida y te mostrabas más preocupado por los problemas y la vida del resto que por ti.

Pero, sobre todo, echo de menos no tener la oportunidad de decirte que te quiero. Y es que hoy me he dado cuenta de que quizá nunca te lo dije.

Hay gente que no debería irse jamás. Dejas un hueco enorme, tan grande como tu corazón y tu coraje. 

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Música

A veces la música tiene licencia. 
Licencia para dolerte por dentro,
para acariciarte el alma. 
A veces te baja las sábanas sin pedirte permiso, 
sin saber hasta dónde ni hasta cuándo.
A veces la música te escuece dentro, 
y otras se convierte en magia. 
Porque hay quién sabe ser magia
aunque nunca llegue a saberlo

viernes, 5 de septiembre de 2014

Cobarde

En la Real Academia de la Lengua aparece junto a la palabra cobarde la siguiente definición: Pusilánime, sin valor ni espíritu. Hecho con cobardía.

Hoy alguien me dijo que yo soy cobarde. Yo pregunté, pedí sinceridad, y ante mi pregunta de si soy una cobarde, la respuesta fue sí.

Es curioso cómo aquellas respuestas que ya sabes que vas a recibir, se te cuelan dentro. Se adosan entre los músculos y la piel y te recorren por dentro como una descarga eléctrica. Una electricidad que se conecta con otros órganos del cuerpo de manera inmediata provocando acciones previsibles.  Son las obviedades de un cuerpo humano tan complejo como extraordinario.

¿Soy una cobarde? Supongo que sí si esa es la imagen que el resto ve de mí. Si ve falta de recursos para enfrentarme a según qué situaciones o si no tomo las decisiones que supuestamente debería tomar.

Sin embargo, la cobardía o mejor dicho, la valentía es excesivamente complicada de gestionar cuando choca con el mayor de los vínculos que nos da la condición humana. Ese que te hace estar unido a alguien por siempre, para siempre, pase lo que pase, quieras o no. Esa relación que se crea al nacer y que ya es imposible de romper. El vínculo de la sangre. Y éste se mantiene por siempre, con la misma intensidad, tanto de arriba abajo como de abajo arriba.

¿Es la valentía/cobardía compatible con ese vínculo máximo? Lo que es indudable es que es complicado tomar según qué decisiones cuando lo que está en juego no solo eres tú, sino algo que está por encima de todo lo demás. La sangre, quien te la dio y la renuncia a ello, con las consecuencias que conlleve y el dolor que genere todo eso. 

Sí, soy una cobarde. Pero a veces es complicado dejar de serlo. 


lunes, 25 de agosto de 2014

La piel

En mi mundo la mentira tiene un espacio curioso. Odio que se me falte a la verdad y me enfurece mentir (de hecho no sé). Sin embargo, ahora soy consciente de haber vivido una de las mayores mentiras del mundo.

Esa mentira que crees que nunca te podrán colar. Esa que siempre creerás reconocer y que nunca pensarás que alguien podría usar como arma de destrucción masiva. Esa que descubres con los ojos mientras intentas con todas tus fuerzas mitigar el cuero enchilado con las manos hasta dejarte los brazos en carne viva.

La mentira de la piel.

Un órgano al margen de todo lo demás.

domingo, 3 de agosto de 2014

Como con una cuchara

Esa sensación detestable que te hace que el cuerpo te pese y que la cabeza no avance pues hay algo que le hace tope. Echar de menos.

Sí, esa horrible sensación de extrañar a alguien. De saber que sigues relleno de órganos porque respiras, aunque la sensación real es la de estar hueco por dentro. Como si sintieras que han salido a palanca con ayuda de una cuchara, todos los órganos con los que sueles pensar: tripas y corazón.

Extrañas todo. Porque las cosas se pueden repetir con otras personas pero jamás son iguales. Porque es la gente la que hace que cada unión sea única, irrepetible e insustituible. Y entonces te das cuenta de que jamás volverás a ser la misma y a quien realmente echas de menos es a ti.

A ese yo que sabía qué hacer para que mi olor fuera suficiente razón para ser.





martes, 22 de julio de 2014

Cadenas

Hace unos días unos amigos me mostraban las imágenes del Wave-Gotik-Treffen, un festival anual de música y arte celebrado en Leipzig (Alemania) donde la mayoría de los participantes visten estética gótica. Entre algunas de las imágenes que me mostraron, aparecía una que a todos llamaba la atención. Ella llevaba un grueso collar negro en el cuello del que salía una cadena de eslabones de hierro. Él sostenía en su mano el otro lado de la cadena. La versión también existía a la inversa, es decir, él con la cadena puesta. Al parecer es una manera más de mostrar su amor, su compromiso. Otros, supuestamente normales llevan un anillo al dedo de manera permanente. Para gustos, colores.

La intención de este texto no es valorar ni mucho menos lo que me pueda parecer dicha estética, mentalidad o forma de vivir. En el respeto a los demás se basa la convivencia del ser humano, siempre y cuando los límites de uno no invadan los del resto. Vive y deja vivir. Respeto todo siempre que se me respete. ¿Quién marca la línea de lo que es lo normal? ¿Yo lo soy? ¿Tú lo eres?

Lo cierto es que cuando regresaba a mi casa me paré a pensar en que en realidad esas cadenas que en las imágenes se muestran físicas en el cuello de uno de los miembros de la pareja, en el día a día aunque de manera simbólica, también existen. Y quizá estas cadenas imaginarias son las que someten realmente.

No tengo que pensar mucho para caer en varias personas que se encuentran bajo los deseos que imperan en la vida de la persona con quien mantienen una relación. Sin darse cuenta, en muchas ocasiones, se ven amordazados con una cadena en la que, un simple y cariñoso tirón de la otra persona, hace que se sometan a sus pretensiones.

Es curioso como ese sutil empleo de la fuerza, a veces en forma de caricias alrededor del cuello que lentamente erosionan la piel, suele estar justificado por fuerte que sea el tirón en la cuerda en el amor que se profesa hacia el cónyuge 'sometido', en lo mucho que el que aprieta la soga quiere al que la padece. "Te quiero y puedo decir y hacer lo que me de la gana porque tengo derecho", "porque solo juntos podemos ser felices" y "nadie te va a querer jamás como yo lo hago", son algunas frases tipo de forma y fondo.

Poco a poco, el ser que lleva la cadena va agachando la cabeza, disminuyendo el campo de visión hasta un punto en que empieza a ver el mundo desde la altura o el enfoque que impregna el dueño de la situación, el que maneja la cadena. A pesar de ello, lo hacen "con gusto", dicen mientras se apartan la cadena que comienza a apretar para poder respirar. Incluso afirmando, mientras mueven el rabo, que ese es su deseo. Lo hacen porque quieren, pues "en realidad es el perro quien mueve al amo", añaden convencidos.

Paso a paso, los suaves y cariñosos tirones impiden ver más allá del campo de acción que al amo se le antoje. Éste decide cómo, cuándo y cuánto, incluso pidiendo consejo al portador de la cadena y escudándose en un "no sé si sabré hacerlo sin tu ayuda". Mientras, sigue tirando de la cuerda apartando en dicho acto a patadas, cuando cree que nadie ve, las chinas del camino.

Y siempre teniendo en cuenta que todo se hace bajo el profundo amor que dicho amo profesa a su pareja, un sentimiento alzado sobre y reforzado en todos los sacrificios que éste ha realizado para que fructificara esta 'igualitaria' relación de amor-posesión-autoridad, donde quien porta la cadena acaba estando convencido de que no puede aspirar a nada más. Ni mejor ni peor. Cree que no tiene derecho a aspirar a más. Quizá, en el fondo, eso sea cierto.

Finalmente, un día la cadena se suelta. El que la sostiene ya no tiene más que pedir ni que reclamar o, simplemente, la cadena se oxida y rompe por el paso del tiempo. En otras ocasiones, al portador se le ha quedado corta, larga o ya no le queda bien con la ropa que lleva. En algunos casos, la cadena se suelta porque hay un cuello en el que encaja mejor o porque el actual se ha quedado pequeño. También hay que tener en cuenta que se tienen dos manos y se pueden portar dos cadenas a la vez.

Sea como fuera, el que tira de la cadena es el que siempre continuará avanzando. El que la porta se queda mirándose en el espejo descubriendo lo sucedido. Porque las cadenas, aun ya sueltas, dejan marcas en el cuello.


P.D: Yo no he ladrado nunca. 

domingo, 15 de junio de 2014

Tal vez

Tal vez,
lo más fácil sería echarle la culpa al vino
a las canciones o al momento.
Quizás
la certeza de saber
que los daños colaterales del día después
estarían silenciados por 2000 km de distancia,
besos y palabras,
fue un columpio hasta mis labios.

Llegaste,
yo no te esperaba
y aunque los gestos siempre son provisionales,
volví a ver en tus ojos puertas abiertas.
La noche cabía en tus pupilas.

Hablamos de nuestros triunfos, fracasos,
ya sabes que a veces el pasado
es como un dulce con sabor amargo.

El deseo abrió sucursales entre nosotros,
después de aparcar nuestros corazones
en un pozo cerca del oceáno
desaté mis manos y tus botones
y te robé la ropa de más que te puso el invierno.

Hoy no busco respuestas
y lo que más me gusta de ti
es todo lo que no sé.
Tampoco busco que entre nosotros
se escriba la palabra
amor.

Pero espero,
tal vez,
que uno de estos días
tropieces con las ganas de verme
y me llames
cuando yo no te espere.