miércoles, 22 de octubre de 2014
viernes, 26 de septiembre de 2014
Hasta siempre
Un pasillo con el suelo de terrazo en color gris. Un salón
al fondo. Un sofá de cuero rojo. La abuela cambiando el canal de la tele. Tú
hablando de tu Atleti.
Un parque. El de Pradolongo. Un banco. Unas pipas de
calabaza. Un balón de fútbol. Tu inconfundible forma de llamarme 'niña'.
Un restaurante. Una comida familiar. Primos, tíos, nietos...
Risas y lágrimas de emoción de estar todos juntos. Tú siempre, tan fuerte y tan
frágil. Tan duro y tan sensible. Tan tierno... tan tierno.
Es curioso como la muerte devuelve a la vida recuerdos olvidados. Como si de un resorte se tratase, saltan a la cabeza
imágenes, palabras y olores al mismo tiempo que se cierra la tapa de un ataúd.
Hoy es uno de esos días en los que te arrepientes de no
haber estado más, de no haber aprovechado más cada momento, de haber permitido
que la vida a veces solo nos conectara por teléfono.
Hoy te echo de menos. Echo de menos cogerte la mano, escuchar la crónica del partido del Atleti contigo. Ese Atleti que ahora siempre gana, no como
cuando ibas al Calderón. Echo
de menos que te metas conmigo mientras huele al bizcocho de la tía en la
cocina. Echo de menos como, aun estando destrozado por dentro, siempre sacabas
el lado positivo de la vida y te mostrabas más preocupado por los
problemas y la vida del resto que por ti.
Pero, sobre todo, echo de menos no tener la oportunidad de
decirte que te quiero. Y es que hoy me he dado cuenta de que quizá nunca te lo dije.
Hay gente que no debería irse jamás. Dejas un hueco
enorme, tan grande como tu corazón y tu coraje.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
Música
A veces la música tiene licencia.
Licencia
para dolerte por dentro,
para acariciarte el alma.
para acariciarte el alma.
A veces te baja las sábanas sin pedirte permiso,
sin saber hasta dónde ni hasta cuándo.
A veces la música te escuece dentro,
y otras se convierte en magia.
Porque hay
quién sabe ser magia
aunque nunca llegue a saberlo
viernes, 5 de septiembre de 2014
Cobarde
En la Real Academia de la Lengua aparece junto a la palabra
cobarde la siguiente definición: Pusilánime, sin valor ni espíritu. Hecho con
cobardía.
Hoy alguien me dijo que yo soy cobarde. Yo pregunté, pedí
sinceridad, y ante mi pregunta de si soy una cobarde, la respuesta fue sí.
Es curioso cómo aquellas respuestas que ya sabes que vas a
recibir, se te cuelan dentro. Se adosan entre los músculos y la piel y te
recorren por dentro como una descarga eléctrica. Una electricidad que se
conecta con otros órganos del cuerpo de manera inmediata provocando acciones
previsibles. Son las obviedades de un
cuerpo humano tan complejo como extraordinario.
¿Soy una cobarde? Supongo que sí si esa es la imagen que el
resto ve de mí. Si ve falta de recursos para enfrentarme a según qué
situaciones o si no tomo las decisiones que supuestamente debería tomar.
Sin embargo, la cobardía o mejor dicho, la valentía es excesivamente complicada de
gestionar cuando choca con el mayor de los vínculos que nos da la condición
humana. Ese que te hace estar unido a alguien por siempre, para siempre, pase
lo que pase, quieras o no. Esa relación que se crea al nacer y que ya es
imposible de romper. El vínculo de la sangre. Y éste se mantiene por siempre,
con la misma intensidad, tanto de arriba abajo como de abajo arriba.
Sí, soy una cobarde. Pero a veces es complicado dejar de serlo.
lunes, 25 de agosto de 2014
La piel
En mi mundo la mentira tiene un espacio curioso. Odio que se
me falte a la verdad y me enfurece mentir (de hecho no sé). Sin embargo, ahora soy consciente de haber vivido una de las mayores mentiras del mundo.
Esa mentira que crees que nunca te podrán colar. Esa que
siempre creerás reconocer y que nunca pensarás que alguien podría usar como arma de destrucción masiva. Esa que descubres
con los ojos mientras intentas con todas tus fuerzas mitigar el cuero enchilado con las manos hasta dejarte los brazos en carne viva.
Un órgano al margen de todo lo demás.
domingo, 3 de agosto de 2014
Como con una cuchara
Esa sensación detestable que te hace que el cuerpo te pese y que la cabeza no avance pues hay algo que le hace tope. Echar de menos.
Sí, esa horrible sensación de extrañar a alguien. De saber que sigues relleno de órganos porque respiras, aunque la sensación real es la de estar hueco por dentro. Como si sintieras que han salido a palanca con ayuda de una cuchara, todos los órganos con los que sueles pensar: tripas y corazón.
Extrañas todo. Porque las cosas se pueden repetir con otras personas pero jamás son iguales. Porque es la gente la que hace que cada unión sea única, irrepetible e insustituible. Y entonces te das cuenta de que jamás volverás a ser la misma y a quien realmente echas de menos es a ti.
A ese yo que sabía qué hacer para que mi olor fuera suficiente razón para ser.
martes, 22 de julio de 2014
Cadenas
Hace unos días unos amigos me
mostraban las imágenes del Wave-Gotik-Treffen, un festival anual de música y
arte celebrado en Leipzig (Alemania) donde la mayoría de los participantes
visten estética gótica. Entre algunas de las imágenes que me mostraron, aparecía
una que a todos llamaba la atención. Ella llevaba un grueso collar negro en el
cuello del que salía una cadena de eslabones de hierro. Él sostenía en
su mano el otro lado de la cadena. La versión también existía a la inversa, es
decir, él con la cadena puesta. Al parecer es una manera más de mostrar su
amor, su compromiso. Otros, supuestamente normales llevan un anillo al dedo de
manera permanente. Para gustos, colores.
La intención de este texto no es
valorar ni mucho menos lo que me pueda parecer dicha estética, mentalidad o
forma de vivir. En el respeto a los demás se basa la convivencia del ser humano,
siempre y cuando los límites de uno no invadan los del resto. Vive y deja vivir.
Respeto todo siempre que se me respete. ¿Quién marca la línea de lo que es lo
normal? ¿Yo lo soy? ¿Tú lo eres?
Lo cierto es que cuando regresaba
a mi casa me paré a pensar en que en realidad esas cadenas que en las imágenes
se muestran físicas en el cuello de uno de los miembros de la pareja, en el día
a día aunque de manera simbólica, también existen. Y quizá estas cadenas
imaginarias son las que someten realmente.
No tengo que pensar mucho para
caer en varias personas que se encuentran bajo los deseos que imperan en la
vida de la persona con quien mantienen una relación. Sin darse cuenta, en
muchas ocasiones, se ven amordazados con una cadena en la que, un simple y cariñoso tirón
de la otra persona, hace que se sometan a sus pretensiones.
Es curioso como ese sutil empleo
de la fuerza, a veces en forma de caricias alrededor del cuello que lentamente erosionan la piel, suele estar justificado por fuerte que sea el
tirón en la cuerda en el amor que se profesa hacia el cónyuge 'sometido', en
lo mucho que el que aprieta la soga quiere al que la padece. "Te quiero y puedo decir y hacer lo que me de la gana porque tengo derecho", "porque solo juntos podemos ser felices" y "nadie te va a querer jamás como yo lo hago", son algunas frases tipo de forma y fondo.
Poco a poco, el ser que lleva la cadena va
agachando la cabeza, disminuyendo el campo de visión hasta un punto en que
empieza a ver el mundo desde la altura o el enfoque que impregna el dueño de la
situación, el que maneja la cadena. A pesar de ello, lo hacen "con gusto",
dicen mientras se apartan la cadena que comienza a apretar para poder respirar.
Incluso afirmando, mientras mueven el rabo, que ese es su deseo. Lo hacen
porque quieren, pues "en realidad es el perro quien mueve al amo",
añaden convencidos.
Paso a paso, los suaves y
cariñosos tirones impiden ver más allá del campo de acción que al amo se le
antoje. Éste decide cómo, cuándo y cuánto, incluso pidiendo consejo al portador
de la cadena y escudándose en un "no sé si sabré hacerlo sin tu ayuda".
Mientras, sigue tirando de la cuerda apartando en dicho acto a patadas, cuando
cree que nadie ve, las chinas del camino.
Y siempre teniendo en cuenta que
todo se hace bajo el profundo amor que dicho amo profesa a su pareja, un
sentimiento alzado sobre y reforzado en todos los sacrificios que éste ha
realizado para que fructificara esta 'igualitaria' relación de amor-posesión-autoridad, donde quien porta la cadena acaba estando convencido de que no puede aspirar a
nada más. Ni mejor ni peor. Cree que no tiene derecho a aspirar a más. Quizá,
en el fondo, eso sea cierto.
Finalmente, un día la cadena se
suelta. El que la sostiene ya no tiene más que pedir ni que reclamar o,
simplemente, la cadena se oxida y rompe por el paso del tiempo. En otras ocasiones, al
portador se le ha quedado corta, larga o ya no le queda bien con la ropa que
lleva. En algunos casos, la cadena se suelta porque hay un cuello en el que
encaja mejor o porque el actual se ha quedado pequeño. También hay que tener en
cuenta que se tienen dos manos y se pueden portar dos cadenas a la vez.
Sea como fuera, el que tira de la
cadena es el que siempre continuará avanzando. El que la porta se queda mirándose en el espejo descubriendo lo sucedido. Porque las cadenas, aun ya
sueltas, dejan marcas en el cuello.
P.D: Yo no he ladrado nunca.
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