"La mujer y la guitarra, para tocarlas, hay que templarlas"
La mujer es como una guitarra. Hay que tocarla para que
suene. No todo el mundo es bueno con los instrumentos, ni mucho menos con los
de cuerda. Esas, las cuerdas, hay que saber tocarlas con suavidad.
Sin embargo, la guitarra hay que sostenerla con fuerza para
que no se caiga, separada lo suficiente del cuerpo pero sirviéndola de apoyo en
su extensión. Porque la guitarra no es más que un ser inerte sin unas manos que
la hagan sonar.
No todas las guitarras son iguales. Las hay más grandes, más
pequeñas, clásicas, modernas, de colores, eléctricas, españolas… En todas, con
una mano, con esa suavidad y firmeza que hemos dicho antes, hay que saber
colocar los dedos en el lugar correcto, encima de la cuerda exacta y en la
posición idónea, para arrancar la nota perfecta.
Con la otra, dejar más espacio, acariciar en su extensión,
de arriba abajo, todas las cuerdas, para extraer de ellas los matices que la
hagan sonar al gusto.
Dependiendo de la habilidad de las manos que la toquen, la
guitarra, que recordemos siempre generará música, sonará mejor a oídos del
artista que la quiere hace sonar.
Si la melodía no es del gusto de éste, siempre es factible
pensar que la guitarra está desafinada. Sin embargo, eso, afinarla, que a nadie
se le olvide, también es ocupación del que pretende hacer sonar este
instrumento. El problema, quizá, es que músicos hay pocos. Manazas, muchos.
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