Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie
aprendió las lecciones de la historia.
La frase no
es mía. Adolf Hitler la dijo en sus últimos años dejando patente que como
orador no tenía precio, mal que le pese a muchos. Décadas después me temo que
vamos a tener que darle la razón porque, a pesar de él, y entre otras muchas cuestiones,
ni hemos aprendido a hacer la paz en lugar de la guerra, ni a dejar de discriminar
por razón de sexo, nación o religión ni a no imponer ideas a golpe de ‘dictadura’
o, simplemente, a golpes.
El ser humano es un animal -cada
vez creo que mucho más animal que alguno de cuatro patas- de costumbres. Como tal, repite de manera
crónica errores y acciones contra del prójimo y uno mismo sin
aprender de su historia. Tanto unas como otras tienen una carga de fascismo,
soberbia y, cuanto menos, mala idea
En cuanto a las primeras, intentamos de
manera vehemente imponer nuestros pensamientos al resto, hacerles andar por el
(nuestro) cauce correcto, infiriendo decisiones a
su (nuestro) antojo aunque ellos piensen lo contrario.
Con nuestra realidad somos peores todavía. Nos
cuesta demasiado admitir errores o, mejor dicho, cambiar nuestras pautas para
evitar los mismos resultados. “La
profesora me ha suspendido”, “mi novio me ha dejado”, “me han echado la bronca
en el trabajo pero la culpa es de aquel compañero que…” . Todos alguna vez
hemos dicho frases de este estilo como excusa para no reconocer un error propio
y aprender. Quien diga que no, miente
Es mucho más cómodo para el intelecto
pensar, y creer ciegamente, que fueron las circunstancias las que provocaron
que algo nos saliera mal y no que nuestras incorrectas acciones son
las que nos alejaron de nuestro propósito. Repetimos constantemente las pautas
de nuestra historia esperando que éstas den lecciones al mundo de la grandeza
de nuestros cojones y perfección, sin
querer reconocer que la realidad nos suspende cada día y nos pone a todos en
nuestro sitio.
Quizá Hitler se equivocaba. Aprender, aprendemos. Lo que ocurre es que somos demasiado dictadores como para aplicar la lección.
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