viernes, 14 de marzo de 2014

Frágiles

Para entender lo frágiles que somos no hay más que compararnos con el mundo animal. Somos la única especie incapaz de valerse por sí misma incluso años después de haber nacido. Nuestro instinto inicial apenas se ciñe a la succión pero sólo si nos plantan un pecho entre los labios, o a llorar cuando sentimos hambre, frío o dolor. Nacemos dependientes y esa dependencia nos persigue hasta el fin de nuestros días. 

Nos enseñan a andar, a comunicarnos, a atarnos los cordones para no caer, a gestionar el amor, a combatir la tristeza y a desenvolvernos en los mil y un pormenores de nuestro día a día. Comprar en un supermercado, manejar el dial de la radio, marcar el número de la policía o pedir un taxi. E incluso en los taxis algunas veces dudamos del destino. O acudimos a lugares en contra de nuestra propia voluntad. No queremos ir al dentista, o a un funeral, pero vamos. Le decimos al taxista "lléveme", y en cierto modo nos sentimos cómodos porque el taxi hace las veces de placenta. El taxi nos lleva, aunque dudemos, y además nos protege.
Pero también somos la única especie sin una misión definida. Al principio, nadie sabe en qué empleará su vida, y algunos no llegarán a saberlo nunca. Desconocerán siempre por qué o para qué están aquí. En qué ocupar el tiempo. 

Vivir solo o en manada. 

Comandar la manada o dejarse llevar. 

Reproducirse o no querer hacerlo. O no poder. 

A veces tú decides y otras veces es tu cuerpo el que decide por ti. A veces no te encuentras y otras veces son los otros quienes buscan encontrarte. En parte todo depende del aprendizaje. Por eso es esencial educar a los niños. Hacerles comprender. Enseñarles el oficio de vivir la vida. Protegerles, aunque nadie sepa exactamente hasta cuándo.

Supongo que esa es la madre de todas las preguntas. ¿Hasta cuándo necesitamos ser protegidos?

miércoles, 12 de marzo de 2014

Ya no es 11-M

Ayer me levanté a las 6.30 horas. Me duché, desayuné y me fui a trabajar. Discutí con mi jefe, me enfadé y me relajé. A las 3 de la tarde comí con un compañero y después, tras darme un paseo por las calles de Madrid, acudí a la segunda jornada de un curso que estoy realizando. Sobre las 22.30 horas, llegué a mi casa. Me duché, cené y me acosté.

Esa fue básicamente la relación de acontecimientos de mi vida el 11 de marzo de 2014. Un día más.

Diez años antes, nada que ver. Pero no, tranquilos. No os voy a contar nada de qué hice, qué sentí o dónde estaba aquel fatídico 11 de marzo de 2004. ¿Para qué? ¿Qué aporta? ¿Qué importa si estaba en la facultad o en la cama cuando me despertaron las llamadas de familiares preocupados? ¿De qué sirve?

Observo ojiplática como, año tras años, mis redes sociales se llenan de testimonios de gente que, sin haberles rozado ni de lejos la tragedia, hablan de cómo vivieron ese día. Al final de sus palabras, -recalco, AL FINAL-, su recuerdo a las víctimas. ¿De qué coño estamos hablando? ¿Hasta cuándo el YO, YO, YO va a seguir predominando sobre el NOSOTROS o, en este caso, ELLOS que es lo importante?

No hago más que recordar estos días a Rodolfo Ruiz el que era comisario de Vallecas. El saber cómo su familia y él fueron una víctima más de la barbarie terrorista que, a día de hoy, todavía hay algunos que intentan desvirtuar. Mientras, las víctimas, de lado. Más de 2.000 familias TOCADAS directamente por la varita de la desgracia y aquí -y que me perdonen los que se sientan ofendidos pues es humano que a todos nos afectara tal desgracia- mirándonos el ombligo y recordando cómo fue aquel 11 de marzo en el que seguimos haciendo nuestra vida sin que NADA importante cambiará y rodeados de nuestros seres queridos.

¿En qué mierda de país vivimos cuando lo que la mayoría que leo estos días son textos que empiezan por "Aquel día YO estaba..., YO hacía, YO pensé....?

Todavía no he visto un solo texto en el que alguien me contará qué hizo los días posteriores, cómo ayudó a las víctimas semanas después o ni tan siquiera, si se preocupó cuatro meses después en cómo fue su día mientras Pilar Manjón, por ejemplo, seguía llorando a su hijo.

Esa es la hipocresía vital que quizá debiéramos mirarnos. Por el bien de todos, también de las víctimas. Que lo siguen siendo.

http://politica.elpais.com/politica/2014/03/09/videos/1394388896_556198.html

lunes, 3 de marzo de 2014

Olvidando

Es curioso la forma en la que la memoria, por buena que sea, tiende a ser selectiva en aspectos que nunca pensarías. Siempre dicen que nuestra mente intenta borrar capítulos 'desagradables' o dañinos de manera inconsciente para mitigar en cierto modo el dolor. Sin embargo, la mente nos sorprende a diario y nos hace imposible recordar cosas, momentos puntuales, instantes que sin darte cuenta te marcan en positivo pero que eres incapaz de colocar en un calendario.

Sé dónde estaba en el instante que te escuché por primera vez pero no recuerdo ni el día, ni el mes, y para situarlo en el año tengo que escudriñar hechos históricos o mirar en los archivos de mis reportajes para echar la cuenta. Me pareciste el ser más impertinente sobre la faz de la tierra. Alguien que venía de vuelta a darme lecciones y decirme cómo tenía que hacer mi trabajo.

No recuerdo cuánto tiempo pasó hasta que volví a saber de ti. Ni tampoco ubico en el calendario las siguientes llamadas. Tampoco cuándo te puse el apodo por el que comencé a llamarte y aún hoy menciono al hablar de ti. Sin embargo, podría describir a la perfección la sensación que tuve en una de esas llamadas. Años después, solo la confirmé.

Este extraño olvido siguió haciéndose compañero de viaje de aquella historia pese al paso del tiempo. No recuerdo qué día fue la primera vez que reduje el espacio que había entre nosotros hasta poner la cuenta a cero. Paredes azules, calor, un atuendo verde. Tampoco recuerdo en qué día decía el almanaque que vivíamos cuando te vi a lo lejos y supe que ya nada sería igual.

Fuerzo la mente, miro los días de aquel año en un pedazo de papel viejo y pasado por la lavadora, y mentiría si dijera que sé cuándo me perdí en una estancia ajena. Ni siquiera sabría decir en qué día de la semana ocurrió. Sí sé que aquel día sentí miedo, me salté mis reglas. Nunca más las habría. Y nunca más las habrá porque fue entonces cuanto todo cambió para siempre. Nunca me arrepentiré de que así fuera. Aquel día me convertí en lo que soy ahora. ¿Es raro no acordarse de tan señalada fecha?

Después de ese momento hubo muchos más que marcaron pero el calendario no da pistas de dónde debo poner los círculos rojos. No recuerdo cuándo dije por primera vez lo que tanto me costaba decir pero sí recuerdo cuándo lo dijiste tú. "Pasara lo que pasara. No se te olvide nunca". Hacía frío. Sentí calor.

Tampoco sé qué día fue.

Podría continuar. Podría decir que nunca supe qué día fue cuando supe que me quería quedar donde estaba, que tenía lo que siempre había querido, aunque para el común de los mortales fuera el mayor golpe de estado contra la dignidad. Nunca me importó el qué dirán. Desconozco el día, el mes. Pero todavía recuerdo como si fuera ayer a qué olía ese momento y qué sonaba de fondo.

Tiempo después, y tras muchos más recuerdos en la vida y olvidos en el calendario, un día me encontré buscando qué día fue en el que me quedé sola mientras el mundo no dejaba de dar vueltas y el suelo se movía con fuerte marejada intentando tirarme de la silla. Miré a un lado, a otro. Solo me encontré al eterno compañero de viaje.

Quizá me esté haciendo mayor. Quizá jamás vuelva a poder recordar fechas en el calendario.

Sin embargo, hoy sé que necesitaré otra vida entera para olvidar todo lo demás. 

viernes, 14 de febrero de 2014

DEBO CONFESAR QUE: Yo también tengo un amor inolvidable y un secreto inconfesable. Que en mi mente planeo conversaciones que nunca se van a llevar a cabo. Que odio pelearme por una estupidez con alguien que realmente me importa. Que detesto cuando me dicen " te extraño" y no hacen nada para verme. Que se me paró el corazón con el "¿te puedo hacer una pregunta?". Que tuve un nudo en la garganta cuando me enteré de algo y tuve que fingir que todo estaba bien. Que tuve un ataque de sinceridad y luego pensé: ¿¿para qué mierda lo dije?? Que odio irme temprano de un lugar y que después me digan “te perdiste lo mejor”!. Que me di cuenta que estoy esperando algo que nunca va a suceder. Que me encanta cuando una canción me hace recordar, como si estuviera viviendo ese momento inolvidable nuevamente. Que prefiero estar loca y ser feliz que ser normal y amargada. Que me gusta oír las mentiras cuando ya se la verdad. Pero ante todo debo confesar que lo vivido, lo volvería a hacer!!

domingo, 2 de febrero de 2014

¿Dominamos las redes sociales o son ellas las que nos dominan a nosotros?

Extracto del artículo publicado en el blog 'Yo, Community Manager'

Soy una firme defensora de las redes sociales. Creo que cumplen una labor informativa esencial en los tiempos que corren y, bien usadas, se han convertido en el germen de muchos movimientos sociales que merece la pena seguir alimentando. Eso sin contar la cantidad de salidas laborales que impulsan, entre otras cosas. Las redes sociales no solo nos conectan con personas. Nos enseñan cosas nuevas todos los días, nos hacen descubrir qué ocurre en el mundo y hacen que nuestro pensamiento crítico se mantenga despierto.

Sin embargo, ¿dominamos nosotros a las redes sociales o son ellas las que nos dominan a nosotros y dirigen el devenir de los acontecimientos a su antojo? ¿Puede una red social menoscabar la palabra de alguien hasta el punto de hacerla parecer lo que no es?

La ausencia de tonos, de contacto con la persona, la falta de interactuación, del tú a tú,  el cara a cara, lleva a menudo a malos entendidos en Internet.  ¿Quién no ha tenido algún encontronazo con alguien que no ha entendido bien un tweet o que se muestra indignado por nuestra opinión?

Estos ‘pequeños líos’ pueden ser fácilmente subsanables. Basta con un poco de voluntad y buen hacer por parte de las dos personas para matizar y llegar a un entendimiento en sus comentarios. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el malentendido es con la propia red social?

El hombre contra la máquina, ¿o era al revés?

Os cuento. Me ha ocurrido algo que siempre taché de bulo cuando se lo escuchaba a otras personas. Por alguna razón que se me escapa, mi cuenta de Twitter asegura que he dejado de seguir a algunas personas que nunca dejé de seguir, sigo a personas que creí que ya había dejado de seguir e, incluso, tengo en situación de bloqueo a personas que ni siquiera conozco y con las que juraría que nunca hablé.

Al principio pensé que alguien se había metido en mi cuenta. Deseché la idea en minutos. Seamos serios. ¿Quién iba a querer meterme en mi cuenta? No soy la protagonista de una película de espías.

La primera de las circunstancias, la de dejar de seguir, ha provocado lo habitual. Las personas a las que supuestamente había eliminado de mi red, han decidido también hacerlo (ahora entiendo la pérdida de seguidores en las últimas semanas). Varias me han advertido de lo ocurrido. Da igual cuántas veces haya insistido en que, de aparecer eliminadas, había sido algo involuntario. Twitter ha hablado y parece que nunca se equivoca. Amén.

Súmale eso de que una imagen vale más que mil palabras (Que conste que como periodista nunca he creído en esta afirmación a pies juntillas). Al lado de mi foto, se lee sin lugar a dudas que he dejado de seguir a estas personas en cuestión. Concretamente se muestra hasta el día en que dejé de hacerlo. Os podéis imaginar la cara que se me ha quedado al verlo. Más o menos como ésta para que os ilustréis. 


Ante tal prueba física e irrefutable, ¿qué tengo yo que decir? (modo ironía ON). Nada (más ironía). La red social ha ganado (reironía). Da igual cuál sea mi verdad. He dejado de ser seguidora. ¡¡Si es que suena hasta mal!!

La máquina ha ganado al hombre, en este caso a mí, a la mujer. Ponerle ahora música tremendista de fondo, sonido de platos rotos, gritos y lloros cinematográficos. El momento lo requiere. El botón no pone ‘Siguiendo’ y el análisis asegura que no sigo desde hace semana a esas personas pese a que en mi Time line he podido ver los tweets de algunas de ellas sin problemas.

La verdad es que la historia es bastante estúpida y no deja de ser algo demasiado trivial en los tiempos que corren -y tal y como discurre mi vida últimamente- como para darle vueltas. Os preguntaréis que qué mierda de post es éste pero la verdad es que da mucho que pensar cómo y hasta qué punto lo que leemos y nos dicen en y las redes sociales, consigue quitar valor a la palabra de una persona.

Al menos así es como lo he sentido yo cuando me he descubierto justificando algo que no había hecho, defendiéndome ante las afirmaciones de un programa informático. Lo sé, es una bobada, pero mira que me jode que pongan en tela de juicio mi palabra. Es que es mía, y ese término escasea últimamente. Que nadie me venga con el excusatio non petita… por favor.

Entre la risa por lo surrealista de la historia, y la mala leche que se me ha puesto y que va intrínseca a mi persona cuando algo me parece injusto y me enfada, no he podido evitar acordarme de esa historia que más de uno hemos vivido. Esa que ocurre cuando metes las monedas en una máquina de refrescos o tabaco, la máquina se traga las monedas, reclamas el importe al dueño del establecimiento y éste te mira con cara de: “Es mentira, me estás timando. La máquina no se queda nunca con el dinero. Eres tú que eres una aprovechada”.

Sé que la máquina se equivoca. Aunque también sé que es difícil de creer. Es lógico. Las máquinas están programadas para no equivocarse nunca. Los humanos todavía tenemos muchos defectos de fábrica.

Seguiré utilizando Twitter, no le guardo ningún rencor. ¡Pobre criatura! Con la de buenos ratos que nos da. Me parece una red social tan útil que continuaré cada día exprimiéndola al máximo pues me da más de lo que me quita. Me sigue pareciendo increíble poder hablar con gente en la otra parte del mundo, sentir que formo parte de alguno de los movimientos sociales más latentes y saberme partícipe de, en cierta manera, estar intentando cambiar el mundo ante de que éste nos cambie a nosotros. Ojalá las redes sociales tampoco nos cambien.

domingo, 19 de enero de 2014

¿El malo nace o se hace?

Los abogados dicen eso de que todo el mundo es inocente hasta que se demuestra lo contrario, que es el agravio, el delito, lo que hay que demostrar .Y yo no puedo evitar preguntarme si esto es extrapolable a la maldad humana. Tras 31 años de experiencias y de vivencias, de haber conocido gente de todo tipo, de haber visto solo algunas cosas, un buen día echas la vista alrededor, lees la sección de sucesos del periódico, ves una película de la que sabes la trama y las entrañas te sacuden hasta colocarse a la altura de la garganta.

¿Todo el mundo es malo hasta que se demuestra lo contrario? ¿El malo nace o se hace? ¿Uno se convierte en un inhumano humano de la noche a la mañana? ¿Lo lleva en su adn? Y si es así, ¿qué hace despertar a la bestia que llevamos dentro? ¿Qué es lo que nos lleva a hacer daño de manera consciente y premeditada a otra persona? O más bien, ¿qué nos lleva a no frenar ese impulso de maldad del que somos conscientes pero que dejamos libre en pro del regusto de placer que genera saberse ganador y que pesa más que la integridad como personas que supuestamente somos?

Tengo la respuesta a casi todo. Supongo que solo espero que se me demuestre que, para jugar a caballo ganador, no siempre hay que poner todas las fichas al negro.