Siempre he dicho que el ser humano es un animal de
costumbres y éstas, pese a que nos empeñemos, son muy complicadas de cambiar, máxime
a determinadas edades.
Todos reaccionamos ante determinadas situaciones de la misma
manera. No quiero decir que lo hagamos a semejanza de nuestros mortales, sino
que lo hacemos repitiendo un patrón. Ese patrón puede venir dado bien por las
experiencias propias bien por la educación que se nos ha dado.
Por ejemplo, si eres alérgico a los perros. Sabes que te han
dicho que tocarlos te provocará salpullidos y picor. De hecho, probablemente,
desafiando a lo advertido por los médicos, has decidido pensar en ser superhéroe
por un día y has acariciado a la mascota de algún amigo con la consiguiente
reacción. Un picor y una asfixia cuyo mero recuerdo nos advierte de que no
podemos repetir dicho gesto. Acción, reacción. Haces algo, ocurre algo.
Sin embargo, es curioso como, en cuanto a las relaciones personales, somos muchos más kamicaces. Pese a que sabemos que algo no nos viene bien, o así reza el prospecto donde la sociedad te alerta, nos empeñamos en continuar dando espacio en nuestro mundo, una y otra vez, a personas que, está claro, han dejado de merecer la pena.
Sin embargo, es curioso como, en cuanto a las relaciones personales, somos muchos más kamicaces. Pese a que sabemos que algo no nos viene bien, o así reza el prospecto donde la sociedad te alerta, nos empeñamos en continuar dando espacio en nuestro mundo, una y otra vez, a personas que, está claro, han dejado de merecer la pena.
Es aquí cuando llega el ataque-respuesta. Ataque de manual,
respuesta de libro. Si me jodes, te jodo. Y, aviso para navegantes: de buenas
soy la más buena. De malas, la más lista. Un tópico, sí, pero es lo que tiene ser un animal de
costumbres. A perra no me gana nadie.
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