viernes, 21 de junio de 2013

Cuestión de sangre



Como muchos españoles esta semana sigo de cerca el juicio a José Bretón, ese padre cordobés acusado de haber asesinado a sus dos hijos de corta edad y haber quemado sus cuerpos en una hoguera para eliminar cualquier rastro de su presunta mente perturbada.

No voy a entrar a juzgar si él es una persona culpable o inocente, si está cuerdo, loco o qué opinión me merece la mirada desafiante que ha utilizado para intimidar a los testigos. Mi reflexión hoy no va por ahí. Esta semana, mientras veía la televisión y recordaba esos días de periodista en los juzgados que tanto añoro, la humanidad o la conciencia me ha golpeado al ver a los padres del acusado. Un hombre de avanzada edad ayudado con un bastón y unas gafas donde se podían leer sus altas dioptrías contestaba con un no rotundo a la pregunta del juez de si iba a declarar en la sala en la que se juzgaba a su hijo. Lo mismo hacían la madre de Bretón y los hermanos.

En el plató de televisión de una periodista de renombre que, en ocasiones, da la sensación de que lleva la lección poco aprendida y se limita a vomitar las frases contundentes que otros profesionales de la profesión han vertido en sus crónicas anteriormente, las críticas ante la actitud de este padre comenzaban a resonar. “¿Cómo puede convertirse en cómplice del asesinato de sus nietos? Ser padre o madre no justifica encubrir unos hechos así”, decía un antiguo presentador de telediarios, ahora escritor y co presentador con elevado caché.

Y yo me pregunto, ¿qué hubieras hecho tú? Pongámonos en el hipotético caso de que uno de nuestros familiares comete una atrocidad o dicen que la ha cometido. No hace falta que nos vayamos a casos tan extremos como el de José Bretón que parece que ha acabado con premeditación y alevosía con sus pequeños. Pensemos en que uno de nuestros familiares atropelle a alguien y se dé a la fuga preso del nerviosismo. O que, por una enfermedad mental que no ha dado la cara, asesina a alguien en un arrebato o brote psicótico. ¿Qué es lo correcto en ese momento? ¿Actuar de acuerdo a la ley y contar tu verdad o tapar y ocultar las pruebas para evitar que tu ser querido vaya a prisión mientras dice una y otra vez que él no ha hecho nada? ¿Qué nos hace mejor personas? ¿Cuidar nuestra sangre y defender a los nuestros? ¿Ser fieles al código civil?

No sé si José Bretón será un asesino. Y, si es así, ojala se pudra en la cárcel a falta en este país de un castigo mayor y quizá más justo.  Lo que sí sé es que me parece una atrocidad el trato que está recibiendo esa pareja de ancianos a los que la sociedad está juzgando por unos hechos que, en un principio, no está demostrado que supieran ni que pudieran haber evitado y, ni mucho menos, se ha demostrado aún que hayan participado de tan cruel presunto asesinato. Sin embargo, la fachada de su casa amanece a diario con pintadas de ‘asesinos’. ¿La madre de un terrorista es culpable de los asesinatos que comete su hijo? ¿Aprieta el gatillo de la pistola que porta su vástago? No. De la misma manera que no es culpable de querer a su hijo pese al demonio que lleve dentro.

Para los que todavía crean que me he vuelto loca y que esta entrada no tiene sentido, para aquellos que tengan claro que actuarían conforme a lo políticamente correcto y de acuerdo a la ley testificarían contra su sangre y no harían nada para evitar un castigo al ser querido, les recomiendo una lectura que quizá les haga plantearse su buen fondo.

El año pasado, Carles Porta publicó el libro Fago. Si te dicen que tu hermano en un asesino. En éste, nos da una visión nueva del crimen de Fago. No habla de las pruebas ni de lo que hemos visto en televisión y los periódicos. Este libro es, por encima de todo, la historia de una mujer, Marina Mainar, que decide querer a su hermano y defender su inocencia contra todo y contra todos, incluso contra él mismo.

Al margen de la inocencia o culpabilidad del ya declarado asesino del alcalde de Fago, este periodista pone el dedo en la yaga de cómo el sistema y la sociedad -policías, jueces, abogados, periodistas y vecinos- actuaron como rodillo, como una  “apisonadora que aplastó a la familia Mainar desde el primer instante”, dice el autor.

Ahí queda mi recomendación. Quizá después se replantee la respuesta a la pregunta que le hice antes.

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