Hay días en los que no salen las palabras. Y, aunque tienes mucho que decir, verbalizar se hace pesado, tedioso, agotador. Yo solo intento regirme por lo que me dicta mi esencia, esa que mi padre me enseñó a crear a gotas de realidad, jirones de momentos y cucharadas de experiencia. Y así seguirá siendo. Pase lo que pase, pese a quien pese. Porque a veces eso es lo más complicado pero, también, lo único que verdaderamente vale la pena para conciliar el sueño por las noches. Dar lo poco que se pueda, pero ofrecerlo de verdad, sin remilgos, sin trabas, sin peros ni porqués.
Como lo hace Borges. Sublime, como siempre. El resto solo nos limitamos a intentar copiar la grandeza de los tocados por el don de la escritura, en un vago ejercicio por no llegarle ni a la suela del zapato ni en la esencia ni en las formas.
Yo solo ofrezco mi alma en cueros, con el vello erizado con cada verso.
Te ofrezco esbeltas
calles, puestas de sol desesperadas,
la luna de suburbios
mal cortados.
Te ofrezco la amargura
de un hombre
que ha mirado
largamente la luna solitaria.
Te ofrezco mis
ancestros, mis muertos,
los fantasmas que los
vivos han honrado con bronce:
al padre de mi padre
que murió en la frontera
de Buenos Aires con
dos balas
que atravesaron sus
pulmones, barbado y muerto,
a quien amortajaron
sus soldados con una piel de vaca;
a ese bisabuelo, de la
línea materna,
que comandó, con
veinticuatro años,
una ofensiva de
trescientos hombres en el Perú,
ahora sólo fantasmas
sobre monturas desleídas.
Te ofrezco, sea cual
fuere,
la sapiencia que
contengan mis libros,
y la hombría y el
humor que contenga mi vida.
Te ofrezco la lealtad
de un hombre que jamás ha sido leal.
Te ofrezco el núcleo
duro de mí mismo
que he guardado, de
algún modo;
el corazón central que
no comercia con palabras,
no trafica con sueños,
y no tocan el tiempo
ni el placer ni las adversidades.
Te ofrezco la memoria
de una rosa amarilla
vista al atardecer
algunos años antes de que nacieras.
Te ofrezco
explicaciones de vos misma,
teorías de vos misma,
auténticas y
sorprendentes noticias de vos misma.
Te puedo dar mi
soledad,
mi oscuridad, el
hambre de mi corazón;
intento sobornarte con
incertidumbre,
con peligro, con
derrota.
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