¿Cuál es la materia de la que
están hechos nuestros éxitos? ¿Esfuerzo? ¿Constancia? ¿Suerte? ¿Seguridad en
uno mismo? Está claro que todas y cada una de estas cosas son importantes a la
hora de conseguir nuestras metas o, al menos, así reza el Catálogo de buenas conductas de lo política y socialmente correcto.
Sin embargo, el germen de todo ello cuál es. Cuál es ese ingrediente vital para
que la máquina comience a funcionar. Una oportunidad.
Uno no podría ser bueno en su
trabajo si alguien no le hubiera dado la oportunidad de comenzar a trabajar. Un
presidente del Gobierno no lo sería sin la confianza
de su partido en primer término, ni del electorado en segundo. Una madre no
sería buena madre si no hubiera tenido la oportunidad de serlo. Uno no puede
demostrar su valía personal, emocional, su interior, lo que lleva dentro, -al menos
de manera plena y sin los corsés del miedo y el “y si…”- sin que alguien previamente le haya dado una oportunidad de hacerlo(*). Ironía social que nos
vuelve a demostrar que dependemos del prójimo hasta para ser más completos y
conseguir nuestras metas en el aspecto que sea.
En nuestro éxito, tiene un papel
esencial que alguien haya apostado por nosotros, nos haya dado esa oportunidad, haya confiado en nuestras
cualidades para permitirnos que nos quitemos la coraza e intentemos cual tenor
dar el do de pecho.
Apostar. Eso es lo que todos deseamos que hagan por nosotros. Ser la
casilla donde alguien apueste sus fichas y que el devenir, el esfuerzo y el
buen hacer posterior dicten si mereció la pena la apuesta. Todos buscamos ser
lo suficientemente buenos para ser dignos de aprobación ajena, aunque vayamos
de independientes y autosuficientes. Lo cierto es que todo depende de los demás
en un primer término. Es como la llave de contacto de un coche justo antes de
arrancar, como la gasolina que hace que sea posible que un vehículo avance. La
chispa para que todo arda.
Quizá ahí está la clave para entender
por qué, en ocasiones, no conseguimos algunas de nuestras metas, -previo
ejercicio de autocrítica de nuestros errores, que siempre los hay-. Muchas
veces si no conseguimos lo que ansiamos es porque no ha habido una oportunidad
que te lo haya permitido. Porque, por mucho que a veces la busques, es el único
ingrediente del éxito que no depende de ti.
(*) Recordemos la realidad de que todo el mundo lleva la mochila cargada de experiencias (buenas y malas) y que a veces dar una oportunidad es casi más difícil que conseguirla.
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