jueves, 3 de enero de 2013

Desnudos


Las relaciones son como desnudarse. Te van despojando de capas a medida que avanzan.

Todo empieza con la primera acepción que aparece en el diccionario de la palabra desnudar. Quitar todo el vestido o parte de él. Es el momento de la intimidad física. Despojarse de los miedos, desvestirse de los pudores, guardar en el armario la ingenuidad y ponerse el traje de la piel de otro como si fuera la nuestra propia. Estás físicamente despojado de cualquier barrera física ante la otra persona.

Después llega la segunda acepción. Despojar algo de lo que lo cubre o adorna. Una vez que acaba la desnudez física, llega un punto en el que uno desnuda lo que lleva dentro. No siempre se hace con todo el mundo, pero cuando la otra persona lo consigue, -o tú dejas que lo haga-, te quedas como tu madre te trajo al mundo: con el alma en cueros.

Te quitas las capas de los estereotipos, te olvidas de lo que está bien, de lo que está mal. Te muestras tal y como eres. Sin armadura, sin escudo, sin lugar donde dejar reposar la espada para defenderte de los ataques. Te quedas vulnerable, recuperando la esencia de cuando eres un niño y no estás corrompido de bien y mal, de errores y aciertos.

Los que se permiten hablar de las relaciones como si las hubieran creado ellos, aseguran que la clave está en que esa desnudez nunca sea total. Basta quizá con dejarse los pendientes puestos. Dejar algo que siga siendo solo de uno mismo para que no dé tanto vértigo verse despojado de todo. Porque si no es así, dicen, se corre el riesgo de caer en la tercera de las acepciones. La que asegura que desnudar es desvalijar, desplumar a alguien.

Cuando uno está desnudo y no tiene bolsillos en los que los rateros pueden rebuscar el dinero, comienza a perder las joyas más preciadas que posee. Le desvalijan de ideas, de pensamientos, de sensaciones, de sentimientos…Y a través de los poros de su piel se marcha todo aquello que una vez juró no hacer pero que la realidad le impone de manera dulce, sin que exista resquicio a oposición alguna. Porque en ese instante es cuando uno se reencuentra consigo mismo, el de verdad, el que siempre se quedó escondido tras la ropa, tras las capas de lo ‘correcto’,

Llega entonces la cuarta acepción. La que reza que desnudar es desprenderse y apartarse de algo. Es entonces cuando uno debe decidir si se viste, o si la ropa ya le quema encima.

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