Llevo días retrasando el escribir este texto. Supongo que me
impone hablar de dignidad humana en los tiempos que corren. Sin embargo, en
medio de tanta mierda, de lo correcto e incorrecto, de la corrupción, los
sobres, la falta de sentimientos o el exceso de ellos, puedo decir que creo en
el ser humano.
Hace unos días, en el despacho de un histórico Ayuntamiento
del Corredor del Henares, su ‘cabeza’ decía adiós. Sus opositores aseguran que
abandona, huye, se marcha cobardemente dejando los problemas de la ciudad en
ciernes o pasados de vueltas, en muchos casos. Y quizá tengan razón. Yo también
lo pensaba hasta que escuché las razones que tenía el señor Julio Setién, -hasta
esta tarde alcalde de San Fernando y a partir de esta noche, un jubilado más-, para abandonar su puesto, una vez
cumplidos los 65 años. Se va porque se lo debe a su mujer, “porque tengo una
obligación moral con ella”.
No hay más. Su mujer le necesita en el momento más duro de
su vida y no puede, ni debe, ni quiere que pase un segundo más estando lejos de
ella, preguntándose a cada segundo si está dónde debe estar realmente si se
queda en el Ayuntamiento cumpliendo hasta el final de la legislatura.
En un mundo donde meter la mano en el saco está de moda, bien visto y poco castigado. En un país donde
diputados, senadores y concejales de pacotilla alargan sus
carreras políticas hasta dejar escuálida a la teta del Estado mientras otros se prostituirían por lamerle apenas los pezones, él decide irse por algo tan
poco de moda como es la lealtad a los suyos. Porque cuando la vida te da
golpes, y el de la guadaña amenaza con quitarte a lo más preciado que tienes, todo
deja de tener sentido y serías capaz de
darle tu alma al diablo para conseguir cambiar las tornas.
Afortunadamente esas almas no se venden a la codicia, no se compran con dinero. ¡Suerte Julio!
No conozco a ese Juli, pero le deseo lo mejor. Les deseo lo mejor.
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